PLAZA DE LA PALABRA
Santos Domínguez
Editora Regional de Extremadura
Casa del Libro de Sevilla, 25 de mayo
2012
Para dar una respuesta civil a la sublime pregunta que Félix Grande ha inscrito en el arco salmódico
que a manera de obertura nos da paso a esta Plaza de la Palabra, “Santos, ¿tú quién eres?”, empezaré por
facilitarles los mínimos datos pertinentes: Santos Domínguez Ramos es un poeta
nacido hacia la mitad de un siglo trágico en una olvidada y remota ciudad del
imperio austrohúngaro llamada Cáceres, en uno de cuyos más vetustos gimnasios enseña Lengua y Literatura. Lector
voraz y prodigioso, cada tarde, mientras su vista se demora sobre las torres
antiguas y el vuelo grávido de las cigüeñas, envía una reseña puntual e
infalible a los confines digitales de las últimas provincias que es leída y
discutida con admiración en los ateneos, logias y cafés por los jóvenes
oficiales y las células revolucionarias de la Literatura. Antes que anochezca, si
acaso no lo interrumpe un telegrama anunciándole que tal o cual burgo
lejanísimo ha tenido a bien concederle alguna distinción en reconocimiento a su
obra, que el aceptará entre humilde y escéptico, anotará unos versos o acabará
un poema y luego nevará, porque siempre nieva en los poemas de Santos. “Santos,
¿tú quién eres?”.
[Doy por hecho que hoy, reunidos en
esta plaza de la palabra, estamos entre amigos; no obstante, por si acaso,
especificaré que Santos Domínguez Ramos (Cáceres, 1955) es autor de más de una decena de libros de poesía,
entre los que destacan Pórtico de la
Memoria, el primero, publicado en esa ciudad de fronteras que es Badajoz en
1994, Las provincias del frío, La flor de
las Ceniza, En un bosque extranjero, Para explicar la nieve o, el más
reciente, Luna y Ciencia Nocturna, de
2010, que a mí me parece un libro mayor en su trayectoria. Algunos de estas
obras han merecido premios como el Gerardo Diego, el Jaime Gil de Biedma, el Ciudad
de Irún o el Premio Alegría de Santander.]
Santos, por otra parte, no es nuevo en
esta plaza, el Ayuntamiento de Sevilla le concedió el premio Ángaro de Poesía
en 2009, por su libro Para Explicar la
nieve, a cuya feliz entrega asistí una inolvidable tarde de octubre en el
Alcázar. Por otro lado, edita diariamente la Revista Digital “Encuentros deLecturas”, donde ejerce una intensísima actividad crítica, fiel a la máxima de
Auden de que “reseñar libros malos no es
sólo una pérdida de tiempo, sino también un peligro para el carácter” y que
para mí es un prontuario ineludible para estar al corriente de las novedades
editoriales de interés. (Particularmente les recomiendo el especial que, a modo
de resumen semestral, está publicando estos días con motivo de la feria dellibro de Madrid).
La “Plaza de la Palabra” que hoy nos
congrega propone, de la mano de su propio autor, un recorrido coherente por estas
casi dos décadas de creación y conocimiento poético, de alucinación visionaria
y cultivo órfico. Una trayectoria desde
la raíz iniciática y mineral del lenguaje, con reminiscencias del grupo Cántico
en sus primeros libros, que hoy podrían parecernos incluso candorosas si no
supiéramos que en los años noventa significaban una posición estética de
vanguardia frente a la todopoderosa poesía
de la experiencia. Los ecos y las voces de esa guerra en la que perdió la
Literatura (y de la que Santos dejó un excelente recuerdo en su ensayo
“Memorial de un testigo”) aún resuenan por desgracia, más de lo que se cree. Nuestro
canon, pese a la confusión digital, no es ajeno a ciertos vicios críticos. Una trayectoria que arranca, decía, en una Plaza
del Sur, en un escenario arcádico y fraterno donde “los alminares sonoros dan la espalda al tiempo” y “late la hora en el corazón mestizo”. De
esta etapa soleada apenas ha dejado Santos tres o cuatro poemas de cada libro,
pero precisamente entre ellos, en el que da título a la Antología, “Plaza de la
Palabra”, el poeta, ahora más desengañado, no quiere renunciar, sin embargo, al
recuerdo de un sueño en que la vida era una algarabía bajo el viejo palmeral.
De la raíz telúrica de este oasis
mediterráneo, de luces violentas y barrocas avanzamos in crescendo hacia la cristalización pitagórica de la ciencia
nocturna, cuando el poema es un prisma con el que invocar a la tierra, al aire,
al fuego, al agua en la imprecisión anfibia de un paisaje en Doñana o con el
que interpretar, sobre el abismo de los
pájaros, como los viejos aurúspices de Roma, la misteriosa evolución de los
ángeles y sus vocalizaciones, el poema como un objeto mágico capaz de conjurar el
rostro de Caronte justo antes de ingresar en la blanca locura de un cuadro de
Caspar David Friedrich.
No sé en qué momento de la vida de
Santos empezó a llegar la nieve, en aquella comarca del imperio de la que viene
no abunda demasiado, aunque siempre cae la nieve en tierra de fronteras. En un
poema memorable de Li-Po, quizá el lírico más grande, escrito en el siglo VIII
y cuya caligrafía, traída de China, preside con su luz lunar el pasillo de mi
casa, se lee:
“
A los
pies de mi cama un resplandor lunar;
acaso
sea la hierba cubierta de hielo.
Levanto
la mirada; veo la luna.
Bajo
mi cabeza y recuerdo mi hogar.
“
Porque los poetas verdaderos, o al
menos los que a mí me interesan, casi siempre escriben bajo el asombro de lo
que Gilbert Durand llamaba en su “Estructuras antropológicas de lo imaginario” el régimen nocturno. En el arco parabólico que va de la luna a la
nieve, está el universo simbólico de Santos Domínguez: el lugar del extranjero,
el reino de los hielos, la flor de la ceniza, la liturgia solemne de los últimos
trenes, la ventisca, la blancura transparente de los ángeles, el último aceite
que arderá en la lámpara votiva.
Esta letanía expatriada es también una
postura moral, fraterna, y por eso le pregunta Félix Grande al poeta en su
prólogo “¿quién eres?” Porque sabe
que en su canto sagrado está acogiendo su propio sufrimiento, su propio reflejo
en una poesía que es revelación del dolor universal, música de las esferas, sí,
pero, sobre todo, música del llanto.
Hija del limo, el sustrato subyacente
de la obra de Santos, como tan bien explicó el gran maestro mejicano Octavio
Paz al referirse a toda la poesía moderna y la de Santos lo es, es la ausencia
de Dios, es –por antítesis- una poesía de naturaleza sobrenatural y aun
religiosa que no desdeña, antes al contrario, el don de la profecía, la danza
del chamán, sobre ella gravita la pregunta que el genial Terrence Malick se
hace al principio de esa obra maestra del cine que es el “Árbol de la Vida”, la
pregunta con la que Dios impreca a Job:
“¿Dónde estabas tú cuando puse los
cimientos de la tierra mientras los astros de la mañana cantaban a coro y
aclamaban todos los hijos de Dios?”
Es la misma pregunta que la que se hace
Félix Grande y la que nos hacemos nosotros al leer su poesía. Nada
sabemos más allá del “desorden nevado de
la muerte”, para no precipitarnos en el silencio pétreo de Scardanelli -Hölderlin
asediado por el mutismo en la torre dorada de Tubinga- en el gran dolor del
mundo. Abrazamos la palabra consoladora, la cifra secreta y avanzamos bajo el
sol como los errantes hijos de Caín.
Ya lo dijo su querido Wallace Stevens: “Cuando se deja de creer en Dios la poesía
es esa esencia que ocupa su lugar para que la vida resulte aceptable”.
Orfeo,
Pitágoras, Casandra, Tiresias, que es lo mismo que decir Rilke, Eliot, Emily
Dickinson o Saint John Perse, esta es la estirpe del poeta en cuya obra, en
palabras de Miguel Veyrat, “se adivina un
cierto deseo de retorno […] hacia aquello que nunca debió desviarse para
siempre de la gran Tradición lírica de nuestra lengua”, lo que se aprecia
desde el momento cero de la obra de Santos, ya me referí antes a las reminiscencias
barrocas de Cántico. Él construye su poesía desde el lenguaje, como viga
maestra, sobre la piedra angular del aforismo de Stevens, “la lengua es un ojo”, y que el propio Stevens revisitó en otros
aforismos, menos concisos, que pueden explicar esta esencia mágica y religiosa
de esta poesía:
"
No
hay diferencia entre dios y su templo.
Tal
vez exista un grado de percepción en que lo real y lo que se imagina sean lo
mismo: un estado de observación
clarividente, accesible o quizá accesible para el poeta, o, pongamos por
caso, para el poeta más agudo.
La
lengua revela cosas de las que no éramos conscientes antes.
"
No es
de extrañar, por tanto, que la figura retórica que más abunde en su poesía sea
la hipálage, la hipálage que en su caso podríamos llamar sagrada. En esta forma
–hermana filosófica y meditativa de la sinestesia- se produce un desplazamiento
tectónico de cualidades, una traslación de significantes, un exilio de las
palabras que perfeccionan su decir errante. Vemos algunos ejemplos:
Pienso en el desorden nevado de la
muerte.
La música oscura de las constelaciones
El insomnio amargo del ausente
Al final del libro Santos nos ofrece su
poética, como nos la ofrece en cada generosa cita con la que enmarca sus
poemas, y yo me siento hermano de la misma aunque desde otra cosmogonía, eso
sí, pero cosmogonía o cosmo-agonía a fin de cuentas. Creo en la naturaleza
matérica de la palabra, en el bosque de los símbolos, en la visita a ese país
extranjero donde Lorca situaba la inspiración, en la imagen como piedra angular
de la creación poética.
El sentimentalismo ha hecho mucho daño
a esta poesía, que es la verdadera, la de nuestra tradición, la española y la humana,
porque no solo hay lenguaje e imagen en Góngora o Quevedo, en Neruda, Cernuda o
Aleixandre, padres irracionales de la poesía de Santos Domínguez, también en
Lope, en Bécquer, en Aldana, que se veía a sí mismo desvalido y solo, igual que
tu herido sujeto poético:
“yo soy un hombre desvalido y solo,
expuesto al duro hado cual marchita
hoja al rigor del descortés Eolo;“
expuesto al duro hado cual marchita
hoja al rigor del descortés Eolo;“
Digo que también en Lope, en Bécquer, en Aldana o en la “Epístola
Moral” existe una osadía verbal; con “antes
que el tiempo muera en nuestros brazos” termina el anónimo sevillano, el
fuego de Prometeo, que otros han confundido con una linterna barata.
Y me siento también hermano poético de algunos de sus temas, de
los grandes temas de la pintura y la música, Mahler, Vermeer, Messiaen, que han
sido recogidos en una antología temática de Santos, paralela a esta, “Las alas
del poema”, felizmente editada por la Asociación Cultural Norbanova por
intermediación de Jesús María Gómez Flores.
Acierta la Editora Regional de Extremadura con esta publicación
que nos da diez libros en uno y uno en diez. La calidad del libro es máxima,
una imprenta secreta de belleza austrohúngara como Insel und Verlagt, la editora de Rilke.
La plaza de Fez de los primeros poemas ha sido sustituida en la
portada, porque ha nevado mucho desde entonces, por la Place Vendôme, donde
algunos celebrarán el derrumbe de la columna imperial por la Comuna de París y
donde otros quizá preferimos llorar a Chopin, que entregó allí el Espíritu bajo
el sibilante peso del régimen nocturno, pero donde todos, de día y de noche,
somos felices y consoladoramente acogidos.
2 comentarios:
Gracias José María Jurado, por esta presentación de Santos Domínguez, por tu lectura y tu itinerario a través de su imperio.
Y naturalmente Gracias a Santos por entregarnos sus versos
Gracias!!!
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