jueves, 23 de agosto de 2012

Hypnos


Durante mucho tiempo he estado acostándome tarde, en realidad nunca me iba a la cama, dejaba que el cansancio me derrumbase durante las altas horas de escritura y estudio. Dormía, por no decir moría, de sueño natural. Prefería caer fulminado sobre el escritorio antes que sucumbir a esa emulación diaria del suicidio que es el hábito de echarse arropado sobre un colchón. De un tiempo a esta parte, sin embargo, intento madrugar y me parece que nada hay comparable a una mañana de verano cuando el mundo parece recién hecho. Este novedoso fervor por los amaneceres no ha conspirado en contra de mi amor por la inefable y misteriosa noche sagrada. Sigo fiel a mis costumbres insomnes y así, justo en el instante en el que un sopor profundo me abate como una pieza de caza mayor me despierto, fresco y lozano, ante el sol del nuevo día. Aún no he renunciado a ese fugaz intervalo de desconexión temporal que determina una delgada línea roja entre el ayer y el hoy, pero apenas es ya un relámpago. Los beneficios de esta práctica son notorios y no se limitan a la simple disponibilidad de tiempo o a la percepción, sin duda real, de que las horas discurren más despacio. Mi conciencia parece haber asumido un estado plasmático que desborda las fronteras corporales y siento cómo se expande hacia otros ámbitos, a veces oscuros, a veces luminosos.










2 comentarios:

Olga Bernad dijo...

De pequeña pasé casi todo un curso intentando no dormir pues temía el momento de abandonar la conciencia. Todo se vuelve lunar cuando no duermes, también la percepción.
Me encanta el texto.

José María JURADO dijo...

Mil gracias, Olga.

Espero que hayas disfrutado de Escocia.

 
/* Use this with templates/template-twocol.html */