Der Zauberberg
En
los altos dominios del espíritu,
frente
a las cimas blancas de los Alpes,
el
joven Hans Castorp
contempla
una radiografía,
el
pulmón tumefacto, los huesos de cristal,
la
carne mórbida y violácea.
La
noche de Walpurgis
los
enfermos descorchan botellas de champán,
pero
la muerte roja baila en el comedor,
pulcra
mantelería, pasamanos de zinc.
Por
el bosque de abetos silenciosos
los
cadáveres bajan en trineo
al
reino de lo vivos.
Tempestades
de nieve, soledades,
el
cielo es un scherzo de Anton Bruckner.
En
la honda orfandad del sanatorio
Dios
y el demonio pugnan por un alma.
Homo Dei, hijo del Sol.
Como arca fondeada a un mundo antiguo
a
punto de ceder y despeñarse,
como
un astro remoto que gravita
en
torno de una estrella sin fulgor,
rodeada
de valles y de lagos
se
levanta la Mágica Montaña,
agujero
del tiempo al que los vientos traen
elegías
de Rilke con las nubes.
Las
trincheras aguardan el deshielo,
se
mezclan en el barro la sangre y el espíritu,
el
gas mostaza encharca los pulmones de Europa,
el viejo Hans Castorp desciende
con
la digna golilla de los héroes.
En el disparo azul de la metralla
brillan los ojos tártaros de Claudia Chauchat.
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