domingo, 12 de agosto de 2012

Olímpica



Lo que nos emociona de las pruebas deportivas no es el registro, la marca, menos aún la habilidad o la inteligencia cuyas potencias han encontrado más altas expresiones humanas, como parece obvio. Lo que nos emociona es la épica, o sea, el heroísmo. Por eso cuanto más sencilla es la prueba, pienso en el atletismo, resulta más pura, más bella. A la constatación natural de que la carne humana no puede batir ciertas barreras físicas se opone la clara evidencia de que no existen fronteras para la voluntad. El verdadero atleta solo puede ser, como Parsifal, un espíritu puro sobre un carro de fuego.


Victoria del misionero Eric Liddell en los 400 metros en los Juegos Olímpicos de París, 1924

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