En unos imprecisos terrenos del alfoz de Madrid se está
proyectando la construcción de otra Babilonia. El gran cabrón ha puesto
su pezuña peluda sobre la mesa y la hemos besado.
Los negocios inspirados en las debilidades humanas, tengan su origen en la codicia o en la concupiscencia, son tan beneficiosos como inevitables, pero siempre indignos. Cuanto más lejos, mejor.
Los negocios inspirados en las debilidades humanas, tengan su origen en la codicia o en la concupiscencia, son tan beneficiosos como inevitables, pero siempre indignos. Cuanto más lejos, mejor.
Los valedores de la idea afirman que no se trata de explotar
el vicio, sino el ocio. Hasta el más simple de los moralistas sabría explicar
que no se da uno sin el otro. Precisamente ha sido el ocio universal, esa droga
letal aplicada a los esclavos felices de las democracias occidentales e
inyectada prontamente en las escuelas, la que ha ido necrosando las más altas
cualidades del hombre, entre ellas la imprescindible fuerza de voluntad que se
requiere para dar una contundente respuesta civil y espiritual a los problemas a los que nos enfrentamos.
Desterrada la excelencia y cercenados el pensamiento y la
inteligencia, no hay más que sentimentales efusiones digitales y
callejeras incapaces de combatir la impunidad con la que nos administran.
En la misma provincia de Madrid, en una ladera rocosa de la
Sierra de Guadarrama a la que solo descendían, en círculos majestuosos, los
buitres y las águilas reales, se levantó hace medio milenio la severa e
imponente fábrica del Escorial, piedra angular de un Imperio que fue temido y
respetado durante siglos desde el Río de la Plata a los mares de China. Aquella
nación, la que levantaba Catedrales en la jungla y hablaba con la muerte de
caballero a caballero, la que apresaba entre los brazos a los ángeles del Greco
y podía pintar el aire y la carne del Cristo de Velázquez, la nación que escribió el Quijote, no guarda con
nosotros nada más que una relación topográfica, urbanística si acaso.
Así, en menos de un trienio, tras admirar bajo una
solemne luna de plata el perfil insondable del edificio de Herrera, será posible, solo algunas decenas de kilómetros al sur, entregarse a los tonantes
dioses del neón que mancillarán el cielo de Madrid con sus espumarajos de lava
artificial.
Por treinta monedas de plata más IVA.
3 comentarios:
"Todo esto no tendría que durar, pero durará siempre. El siempre de los hombres, naturalmente, un siglo, dos siglos... Y luego será distinto, pero peor. Nosotros fuimos los Gatopardos, los Leones. Quienes nos sustituyan serán chacalitos y hienas, y todos, gatopardos, chacales y ovejas, continuaremos creyéendonos la sal de la tierra". G. T. di Lampedusa ("El Gatopardo")
Muy bueno.
Buenísimo, un abrazo.
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