lunes, 26 de octubre de 2015

Ínclitas razas ubérrimas (V)

Capítulo IV: aquí
Capítulo III: aquí
Capítulo II: aquí. 
Capítulo I: aquí. 

Salimos del teatro, una niebla espectral, húmeda y fría, -fría como acaso solo pueda serlo la ciudad de Sevilla (pero esto yo aún no habría podido  imaginarlo)- velaba los edificios y calles donde a trechos ondeaban las hogueras amarillentas de las farolas fernandinas. A esa hora todavía no había resuelto la perentoria cuestión de mi hospedaje, pero no me importaba demorar el trámite, encendido por la voraz expectativa de una aventura galante. A refugio de las últimas sonrisitas complacientes que aún me concedía a la salida el benevolente y volátil público sevillano, dirigí mis pasos hacia el hotel,  no sin antes recuperar bríos e infundirme ánimos en una angosta taberna como tantas.
Ante mis ojos, turbios de vino y aguardiente, el Hotel Alfonso XIII, el más lujoso de Europa, se alzaba inexpugnable sobre la bruma como un palacio de las “Mil y una noches” iluminado por cientos de lucecitas eléctricas. Los inquietos porteros, con sus libreas de paño reluciente, sus gorras de plato y sus galones de oro como almirantes de ultramar ignoraron mi mi presencia y me impidieron el paso hacia el gran vestíbulo, atentos como abejas a los multiplicados preparativos del día siguiente. La escena parecía divertir a una fila de hoscos matones que se apoyaban fumando en las negras carrocerías de los coches de seguridad con los que finalmente trabé conversación, aunque ninguno parecía tener noticia de la insólita “princesa”:
-Créenos amigo, llevamos aquí todo el día y una gachí como la tuya no nos habría pasado desapercibida- sentenció el cabecilla del grupo.
-Es poeta, se lo habrá soñado –añadió el lugarteniente provocando la risotada general.
-Y eso que desde que empezó la exposición no han faltado las hembras de bandera. Ahora, como las colombianas de la semana pasada no hay otras. Anda chaval, quédate esto, quizá te sirva de consuelo esta noche, que yo ya me he desenamorado.
Y entre carcajadas me mostraron el recorte de un diario en el que, junto a los anuncios de café colombiano y las noticias que ponderaban la celebración de la semana de Colombia en la Exposición a finales de septiembre, figuraba el retrato de grupo de unas bailarinas tropicales tocadas con piñas y otros frutos exóticos. Sin embargo, lo que a mí me llamó la atención fue el pequeño mapa que la agencia de turismo había hecho insertar y en el que figuraban los distintos departamentos de la República de Colombia: Antioquía, Barranquilla, Cundinamarca… ¿Cundinamarca?
Di un respingo y subí la escalera del atrio, decidido a formular mi pregunta al portero en nuevos términos diplomáticos cuando acercándose por mi espalda y  asiendo súbitamente mi brazo derecho, una voz femenina dijo resueltamente:
-¡Qué alegría, por fin ha venido el señor Secretario! Acompáñeme, resolvamos los asuntos pendientes cuanto antes.
Los “almirantes de la mar océana”, sumisos y silenciosos, notablemente azorados, aunque escépticos, abrieron de par en par para nosotros las puertas de aquel templo suntuario y por fin pude admirar los fastuosos artesonados, las enormes puertas de caoba, las filigranas forjadas de las rejas y las lámparas de cristal de Bohemia que repetían los reflejos de los inmensos ramos de rosas, hortensias y otras mil flores que la organización disponía cada noche en el patio central y en los amplios comedores en los que brillaba la cubertería de plata fina y la mantelería de hilo. A lo lejos y a pesar de la alta hora, un piano en sordina reproducía un vals lánguido y dulce, casi un nocturno, para recibir a las personalidades que se alojaban esa noche en el Hotel, víspera de la fiesta de la Raza. Escarapelas, coronas, guirnaldas y toda clase de adornos alusivos a los colores de las banderas de las distintas repúblicas americanas cubrían los frisos de las paredes.
-¡No perdamos tiempo!- La “Princesa de Cundinamarca” me arrastró por la gran escalera, en la que un paño de azulejos trianeros, que reproducían un grupo de rollizos amorcillos, preludiaban la noche de pasión que sin duda me aguardaba.
Antes de subir aún eché un último vistazo afuera, desde la fila de coches mis amigos bravucones agitaban sus pañuelos.
Azulejo y escalera Hotel Alfonso XIII. Fuente: Big-beng Antigüedades
Colombia: Mapa de Cundinamarca, Venezuela y Ecuador (París, 1840) - http://www.davidrumsey.com/

 Debussy: "La plus que lente"

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