lunes, 1 de marzo de 2021

Andalucía por sí


Que la bandera de Andalucía sea un estandarte árabe a mí me parece bien, siempre he mirado con simpatía la maurofilia de Blas Infante, que en el fondo no es más que una ensoñación romántica, y a menudo me digo con Manuel Machado que:

Yo soy como las gentes que a mi tierra vinieron
soy de la raza mora, vieja amiga del Sol,
que todo lo ganaron y todo lo perdieron.
Tengo el alma de nardo del árabe español.

Innegable fue el esplendor de Al-Ándalus, que entonces se refería a toda España (o Hispania) Nuestro idioma -de la “alcahofa” de los micrófonos a las ruedas de prensa del “alcalde”- , nuestras ciudades y nuestras costumbres están amasadas con sustancia oriental, tanto que Borges solía decir que solo al español podrían traducirse “Las mil noches y una noche” manteniendo la belleza del árabe. El Quijote, sin ir más lejos, es un manuscrito aljamiado que Cervantes encuentra en Toledo. Esto ni quita ni pone al hecho, incontrovertible, de que la Andalucía que hemos heredado fuera un reino castellano, (en rigor, cuatro: Sevilla, Granada, Córdoba y Jaén, el Santo Reino), es decir, cristiano.

El verde, que te quiero verde, es además un color muy andaluz, así se pintan rejas y cancelas, y verde y blanca es la bandera del céltico Bétis, que la tomó prestada del Glasgow, y la mitad de las casetas de la feria de Sevilla.

Es una bandera bonita, con colores complementarios y simetría respecto a la española con la que realmente conjunta.

También es pasable el escudo, con el Hércules gaditano y las columna del dólar, aunque en este caso quede la duda de si lo son geográficas o salomónicas, es decir la que franquean el paso a la logia, cuestión que en el himno está clarísima (es decir oscurísima) cuando son convocados los “hombres de luz”.

Viniendo al himno: la parte revolucionaria está bien, siempre hay que pedir tierra y libertad, es para lo que se inventaron, de la marsellesa a la internacional: nadie los pensó para que los cantaran los banqueros.

Más cuestionable resulta el llamado a las potencias islámicas de la primera estrofa que explican por qué Jomeini nos echó el ojo:

La bandera blanca y verde
vuelve, tras siglos de guerra,
a decir paz y esperanza,
bajo el sol de nuestra tierra.

Y, sobre todo, la gran rueda de molino de estos dos versos con los que resulta imposible comulgar:

“Los andaluces queremos
volver a ser lo que fuimos”

Pues, ¿qué fuimos los andaluces y, sobre todo, cuándo dejamos de serlo?

¿Fuimos por ventura los que descubrieron y colonizaron América? ¿Los que dieron la primera vuelta al mundo? ¿Los que derrotaron a Napoleón en Bailen y dieron una constitución liberal a España en Cádiz? ¿Los que conocieron las etimologías visigodas de San Isidoro y admiraron las grandezas de Itálica?

Andalucía no es solo la Alhambra, es la Alhambra con el palacio de Carlos V dentro y la Giralda con el asombroso remate de Hernán Ruiz, es la calle moruna con el paso de palio barroco que no aparece por ninguna parte en este himno.

Y, sin embargo, el himno funciona y emociona, porque no deja de ser un canto popular, una canción de siega, el SANTO DIOS, cuya letra religiosa se sitúa en las antípodas cosmológicas de la “luminosa” iniciación que describe la letra oficial.

Santo Dios,
Santo fuerte,
Santo inmortal,
líbranos Señor
de todo mal.
Los pecadores pedimos
al Señor continuamente
y por eso le decimos
Santo Dios y Santo Fuerte,

Todavía se canta en Cantillana, donde lo escuchó Blas Infante que fue notario de este pueblo precioso de la vega del Guadalquivir a donde no hemos podido entrar esta mañana por encontrarse aún precintado por la Covid


IMAGEN: Estandarte de Andalucía en Brenes, 28-F-2021

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