martes, 20 de abril de 2021

En la calle

Cuando se haga examen de esta época se determinará, no me cabe duda, que la posición acertada era la de quien estuvo de parte de la vida y no del miedo.

Estar de parte de la vida no significa en absoluto ser negacionista sino todo lo contrario, afirmar que la enfermedad y la muerte forman parte inevitable de esta, y que vivir, día por día, es sobreponerse a un infinito acontecer de miedos.
La vida está preñada de muerte, si no existiera conciencia de la finitud física, no se alzaría el espíritu por encima del dolor, del sufrimiento o del tedio, alzando la gran afirmación de las plenitudes del amor y la belleza.
Ha llegado uno a escuchar cómo se desea la enfermedad a otros, incluso entre familiares y amigos, como si la COVID, aún en su forma leve -que no es nada- fuera la notaria de los errores cometidos: "salía demasiado, no se cuidaba", etc.
Ni en los tiempos del SIDA, que algunos tomaron por plaga divina, se ha culpabilizado tanto a la gente por enfermar. Todo aquel avance fraternal frente a los seropositivos (pero a los yonkis se los dejó morir como a los ancianos en las residencias...) parece haberse derrumbado frente a la covidia.
Si has enfermado es que algo malo habrás hecho.
Como poco, vivir.
Nadie, nunca, tiene la culpa de enfermar, menos aún de morir. La culpa todo lo más será del virus.
Nuestro tiempo ha visto resucitar el concepto de "apestado" en su plenitud biológica y, sobre todo, moral.
Que ciertos comportamientos sean necesariamente cuestionables está fuera de dudas, pero nadie va a lograr nunca vaciar los barrios bajos de la COVID. La maldad es consustancial al ser humano, es más, se aprovecha de la inocencia de los bondadosos, que nunca entenderán cómo aumentan los contagios, por la misma razón que no comprenden que haya quien se droga o beba y sobre todo, ¿por qué?
Es curioso como casi la misma época que santificó los vicios, ensalzándolo en novelas y películas, ahora retrocede ante su preeminencia: los botellones de hoy son herederos de los de ayer, la libertad de ayer es la inmoralidad de hoy.
Y mientras, pasan los días y las noches, los cielos y las nubes y sale y se pone el sol sobre justos e injustos, sobre sanos y enfermos, y esto, que es lo único que tenemos, que es el tiempo y la vida, el ahora, el presente, el día único que tiene su propio afán, sigue siendo preterido en previsión de qué, ¿de nuevas vacunas, de nuevas normas, de nuevas manipulaciones?
Te dicen, "cuídate", pero uno no sabe muy bien qué cosa es eso de cuidarse y preferiría que le dijeran, como antaño, "Dios te guarde" o si se prefiere "Salud, camarada", expresiones volitivas que comportan un deseo benemérito y no una obligación imposible.
La enfermedad de la COVID es muy grave, a sus pies han caído millones de personas en el mundo, jóvenes y ancianos, y otros millones sufren y sufrirán sus causas, pero esto, con ser terrible, no basta ni bastará nunca para impugnar la vida, que está ahí fuera, como decía mi buen amigo el poeta Fernando Ortiz, en la calle.


IMAGEN: Avenida de La Raza, 19 de abril 2021.

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