Aquellas golondrinas que, posadas
sobre el último alféizar del verano,
sostenían su canto ensimismadas
como las teclas negras de un piano.
Aquellas golondrinas embriagadas
en su propio gorjeo becqueriano,
acróbatas de nubes y andanadas,
alas de un ángel fieramente humano.
¿Olvidarán la tapia y la tupida
madreselva feraz de tus abrazos,
el balcón de cristal y la perdida
estrella que abrochaba nuestros lazos?
¿Volverán otra vez como la herida
luminosa del tiempo y sus zarpazos?
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