martes, 22 de marzo de 2022

Pelléas et Mélisande

Pelléas et Mélisande

O la vacilación entre el sentido y el sonido

[Palabras pronunciadas en la mesa redonda en el Teatro de la Maestranza el 21 de marzo de 2022]

¡Ya nunca podré salir de este bosque!”, son las primeras palabras de Golaud antes de encontrar a la enigmática Melisande arrojando su corona a un arroyo. Apenas unos compases antes, un oscuro y misterioso motivo de chelos, contrabajos y fagotes, con remotas reminiscencias del Tristán wagneriano, habrá irrumpido rompiendo apenas la penumbra de la escena con sus irisaciones cromáticas, “érase una vez”, parece querer decir la música.

¿Pero qué bosque es este, de qué reino? El Reino de Allemonde, es decir,  de más allá del mundo, es un espacio simbólico cuyas fronteras son las infinitas fronteras del alma y cuyo gobierno rigen solo las leyes de la belleza y la pasión.

Bienvenidos al país de la evanescencia, de la sutil insinuación, de la sugerente ambigüedad. Bienvenidos a esta contienda entre la sombra (personificada trágicamente en Golaud) y la turbia pero radiante claridad de Mélisande y su Pelléas  

Bienvenidos a los dominios hipnóticos de la conciencia, a esos espacios misteriosos que separan con su gasa becqueriana la vigilia del sueño. Bienvenidos, en fin, en su día, a la poesía.

Este bosque que rodea el castillo, las grutas, las fuentes, los acantilados por donde se extravían los personajes de este drama lírico sobre la obra del poeta simbolista belga Maurice Maeterlinck, es la misma selva que aparece en el soneto de Baudelaire, “Correspondencias”. Dice Baudelaire:

La Naturaleza es un templo

donde a veces se escuchan las confusas palabras

y el hombre se encamina por bosques de símbolos

los perfumes, colores,sonidos se responden.

El lenguaje se hace insuficiente a los poetas y es preciso acudir a las correspondencias, donde las palabras aumentan su significado ante el riesgo de perecer en el silencio. Esta insuficiencia del lenguaje fue experimentada por todos los grandes poetas del simbolismo, de Maeterlinck a Rilke, y alcanzó dos décadas más tarde su solución filosófica en el Tractatus de Wittgenstein: “De lo que no se puede hablar es mejor callar”.

En sus estertores finales Melisánde dirá: “Yo misma no comprendo muy bien todo lo que digo,No sé lo que digo...No sé lo que conozco...”

Preguntado así Debussy por su intención al componer la música de Pelleas afirmó: “he querido ir allí donde las palabras son incapaces de expresar”. Si Wagner había designado las óperas de la Tetralogía como “dramas musicales”, Debussy consigna su Pelléas, como “Drama lírico”. La innovación de Debussy, fue la invención de un nuevo recitativo en el que una imperceptible melodía se hace uno con la prosodia de un texto como el de Materlinck, profundamente poético. El director alemán Michael Boder describe así la naturaleza del canto debussiano: los cantantes han de volverse peces y cantar desde dentro de la pecera sonora que conforma la orquesta. Si Paul Valéry, uno de los grandes poetas simbolistas que junto con Mallarmé influyó en la formación artística de Debussy había afirmado que la poesía es la vacilación entre el sentido y el sonido, en “Pellés y Mélisande” esa vacilación se resuelve en la unidad de un canto continuo.

Tras la hermosa hazaña de Debussy la única alternativa es el gran silencio, ese “hermoso” silencio que precederá a la ruidosa pira abstracta y dodecafónica en la que las vanguardias dispusieron la destrucción de las artes. Pélleas y Melisande es la única ópera de Debussy, que aunque trabajó sobre “La caída de la casa de Usher” de ese otro precursor del simbolismo que fue Poe no llegó a concluirla.

Con Pélleas y Melisande, un drama místico e incorpóreo, vagamente nórdico y medieval  Maeterlinck alcanzó un éxito rotundo. El hermético nombre de Melisande procede de las antiquísimas leyendas carolingias francesas que en forma de romance pasaron también a España y que comparecen en el cervantino Retablo de Maese Pérez, musicado por ese gran admirador de Debussy que fue Manuel de Falla, quien hallaría una especial felicidad en revivir a la Melisendra quijotesca.

Consta de cinco actos y quince escenas en las que se nos narra un triángulo amoroso entre dos hermanos Pelléas y Galaud, y una misteriosa muchacha aparecida en el bosque simbólico, Melisande. Hay, además, dos o tres personaje secundarios, Arkël, rey de Allemonde, un rey anciano y neblinoso abuelo de los protagonistas, Geneviéve, madre de los hermanastros Pelléas y Golaud y el niño Yniold, hijo de Golaud de un matrimonio anterior.

Vemos como en este cuento de hadas para adultos, me gusta mucho la denominación usada por el Maestranza para la promoción, todos los personajes guardan entre ellos una relación marcada por terceras ausencias.

Hacia 1895 Debussy ya había completado la escritura de la obra, pero solo abordó la orquestación en 1901 cuando la Ópera Comique compromete su estreno por la intercesión del compositor André Messager, su director musical y gran admirador de la obra de Debussy. A Messager, a quien las crónicas refieren dirigiendo la premiere con los ojos arrasados en lágrimas por la belleza de la partitura, debemos agradecer los preciosos interludios cuya urgente composición  solicitó a Debussy para agilizar los múltiples cambios de escena.

Hay división de opiniones sobre lo acaecido en el estreno el 30 de abril de 1902. Los maestros del Conservatorio de París prohibieron -sin éxito- a sus alumnos acudir a la representación. Richard Strauss afirmó que le parecía asistir a un ensayo a media voz. Por su parte el siempre cáustico Saint Saens afirmó que no querría irse de vacaciones para seguir hablando mal de Pelléas. Ravel no faltó a ninguna de las quince representaciones. Lo cierto es que los periódicos de la época no recogen ningún escándalo, la obra llamó la atención eso sí de toda la Francia y colocó a Debusyy en el mapa de la creación europea.

Nos dice su biógrafo Stephen Walsh en su imprescindible “Debussy, Un pintor de sonidos”: “las críticas consistieron en acusaciones sobre la carencia de arias, la monotonía rítmica y melódica, la ausencia de danza, la falta de volumen sonoro y el uso de unas progresiones armónicas ininteligibles…” en fin todo lo que ahora tenemos como máximos valores de la partitura.

Hubo sí otra polémica, un si es no es cómica, que antecedió el ensayo, como fueron los insensatos intentos de Maurice Maeterlinck por detener la representación. Aunque estaba previsto que el papel de Mélisande lo interpretara la actriz y cantante Georgette Leblanc, amante de Materlinck, Debussy optó finalmente por la cantante escocesa Mary Garden. Desquiciado por la afrenta Maeterlinck acudió a los tribunales, que no le dieron la razón. Pero no quedó ahí la cosa, sino que acudió a las amenazas físicas. En los recuerdos de Georgette leemos:

“En una ocasión se marchó diciendo que quería darle unos buenos golpes… “para que aprenda a comportarse”. Al parecer Nada más entrar en el salón había amenazado a Debussy que se encontraba sentado tranquilamente, mientras madame Debussy, angustiada, se abalanza sobre su marido con un frasco de sales. Materlinck no dejaba de repetir que todos estos músicos son unos desquiciados y unos enfermos”

Tan poco ejemplar actitud de un autor que sería Premio Nobel el 1911 y  cuya obra aún permanece viva - no tanto su teatro- sobre todo la maravillosa “Vida de las abejas” o “La inteligencia de las flores”, uno de los libros más hermosos que jamás se hayan escrito, se completó con una carta a Le Figaro, en la que deseaba, dos semanas antes del estreno, su fracaso y que este fuera “rápido y estrepitoso”.

El caso es que, a pesar de deber no poco de su gloria y perdurabilidad literaria a la composición de Debussy se mantuvo en sus trece hasta 1920 en que, muerto ya Debussy y separado de Leblanc, por fin accedió a verla en Estados Unidos. A la salida sin embargo no quiso hacer declaraciones, su mujer vino a decir a los reporteros: “compréndanlo, a él no le gusta la música”.

Cabe pensar, que seguía el aserto de Wittgenstein, sobre aquello de lo que no se puede hablar es mejor callar, como ya me voy callando yo.

Sabemos sin embargo que en una carta a Mary Garden Materlinck se decía, “me juré a mi mismo no ver nunca el drama lírico Pelleas y Melisande, ayer violente mi voto y soy ahora un hombre feliz, por vez primera he comprendido mi propia obra”,

Comprensión que debemos a la inefable e imperecedera música de Debussy donde el sentido y el sonido entraron en comunión.




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