martes, 9 de agosto de 2022

¿A dónde vamos?

Si un revolucionario o iluminado volviera del siglo de las luces a nuestro siglo no daría crédito al contemplar el triunfo universal de sus ideas.

Sería más o menos como transportar a un mártir cristiano de Nerón a la Roma del siglo XIV.

A ninguno de los dos lo convencerían los resultados y, sin dejar de maravillarse por la extensión ecuménica de sus principios morales, no dejarían de sentirse defraudados, por razones bien distintas, claro.

Como de la falta de pureza evangélica en la Cristiandad se ha hablado tanto que la hemos echado a perder, veamos qué contradicciones tendría que apechugar el “buen” enciclopedista.

Entrecomillo lo del “buen” porque el jacobino sería plenamente feliz viendo cómo diariamente chasquea la guillotina sobre todas las edades del hombre -desde su concepción a su consunción- mientras la humanidad lustra el cuerno del gran chivo sobre la bruñida pantalla de los iphones.

Lo primero que sorprendería al ciudadano, a quien hemos de suponer cartesiano y russoniano -aunque mejor le iría siendo rossiniano y belcantista- sería la oscuridad de los tiempos, a pesar de la iluminación, que ya están recortando -y por algo- los gobiernos medievales de Europa.

Nunca tantas luces sirvieron para tan poco, ¡cuántas monedas arrojan al brocal de Google cada noche los nuevos zahoríes!

Ahora que ya no hay que ahorrar una bolsa de luises para llevarse a casa un tomo de Diderot y D’Alembert seguimos como ratas encantadas al primero que se quita la corbata.

Lo fascinaría, no hay duda, el prestigio de la ignorancia, la consagración de la mentira y la glorificación de la infatuación.

Observaría, perplejo, cómo a la igualdad la ha sustituido el igualitarismo, el narcisismo a la fraternidad y, por no parecer viejuno y cebolleta, no diremos que el libertinaje a la libertad, porque eso sería no ver que, como esclavos felices, hemos cedido a los algoritmos no ya la libertad, sino hasta el libertinaje.

Lo desencantaría en fin un mundo con conocimiento, pero sin sabiduría; con opulencia, pero sin riqueza; con filantropía, pero sin solidaridad; con ecologismo, pero sin naturaleza; con salud, pero sin sanación; con erotismo, pero sin amor…

Intrigado y sin saber discernir el vicio de la virtud acaso se diría para qué este viaje.

Y eso me pregunto, pero no me lo pregunto yo solo, ¿para qué?



Declaración de los derechos del hombre y del ciudadano



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