domingo, 16 de octubre de 2022

Literalia

 I

Todos los escritores son más o menos ciegos a sus contemporáneos... La vanidad funciona como unas gafas de sol y es, hasta cierto punto, comprensible que esto suceda.
Quien más quien menos conserva agravios de sus colegas de scriptorium y es seguro, segurísimo, que a su vez hemos inflingido agravios... o los inflingiremos.
Todos sabemos que el ecosistema de la literatura no envidia en nada al de las aves carroñeras.
Lo que no se puede hacer es, me parece, presumir de ello (de ego) o considerarlo inevitable .Reparar injusticias no está a la mano solo del pobre Don Quijote.
No digo que haya que salir a enfrentarse a los molinos de viento de editoriales y popes.
Es una cuestión de actitud y nadie ignora que los escritores verdaderamente grandes, los poetas más preclaros son siempre los que han visto más y mejor a su alrededor porque no sentían que nada hiciera peligrar su obra que era obra de espíritu.
No hay tiempo para nada, vale, lo que viene a significar que no hay tiempo para nadie que no sea uno.
Y en ese círculo narcisista estamos todos inscritos, ¿todos? ¡No! Ese es el error, las gafas de sol que no nos dejan ver la luz.
De la vanidad también se sale.

II

Todas esas asociaciones regionales de críticos o escritores que nacieron para reparar las injusticias de la asociación nacional acabaron sucumbiendo a la prevaricación que denunciaban y adoptando, además, las peores prácticas corporativistas y provincianas, quiero decir autonómicas.
Se ve que impugnaron la condición humana y que a ellos a su vez nada de lo humano les era ajeno.

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