miércoles, 4 de diciembre de 2013

Sevilla-Sanlúcar-Mar (XII y FIN)

El otro día: 

alguien golpeó una frasca de vino tinto y sobre el mantel inmaculado creció lentamente una hemorragia roja y violácea, lo mismo que un ramo de cerezas o de rosas sobre el tallo espinoso y astifino de una femoral partida.


Iban llegando al puerto pesquero de Bonanza; por la amplia embocadura de la barra entraba con fuerza la marea y la nave casi brincaba ya sobre las primeras olas. A la derecha, las negras copas de los pinos, asomados al río como una grada de sombra, proyectaban un ajedrez movedizo sobre la blancura virgen de las dunas. En la margen izquierda dormían la siesta las barcas de colores, sobre ellas se dibujaba una línea inmaculada de casas encaladas y ropa vieja tendida, mecida por la brisa salada que endulzaba la canícula. 

No había apenas actividad en las lonjas y muy pocos pasajeros se bajaron aquí. La inminente presencia del mar había hecho sin embargo efecto en los viajeros que se apresuraban a recoger sus bártulos entre murmullos, aquejados de una risa floja y contagiosa. El San Telmo enfilaba, por fin, su destino y hacía sonar su sirena rumbo a Bajo de Guía espantando a las gaviotas que huían tierra adentro, hacia los geométricos muros y castillos del barrio alto. Sobre la playa se alineaban los castilletes de los hoteles igual que la crestería merengue de una tarta nupcial. 

-¿De verdad que no se anima, maestro?

-No insistan. 

La reunión se deshizo rápidamente en la algarada que pugnaba por tocar tierra cuanto antes: niños, señores de levita, damas con sombrilla, mozas con infantes al cuadril, vendedores y pícaros de un día, soldados, modistillas y algún torerillo por añadidura. 

-¿No baja? Se queda solo.

-No, vayan con Dios, aún hay otra parada más, de mantenimiento, un pequeño pantalán hacia la playa de Chipiona. 

Desde el puente alguien levantó su sombrero, como en un brindis y dándose la vuelta gritó: 

-¡Maestro, no nos ha contado lo de Talavera! ¿Qué hacía usted allí?

-Los vinos de Valdepeñas…, pero ¿y qué hay que decir de la muerte de un niño de veinticinco años? 

Ya solo el aire, henchido de sal y del aroma resinoso de los pinos, pudo escuchar su respuesta. Nuevamente arrancó el San Telmo, esta vez con un único pasajero a bordo y lentamente se fue adentrando en el mar. Apoyándose en el bastón nuestro hombre alcanzó la proa y miró en silencio las escamas de oro que relucían en el horizonte. Su mano derecha apretaba el corazón donde latía, a través de la chaqueta blanca, una entrada para la corrida de la tarde. Desde allí arriba podía ver cómo embestían los toros azules del océano, los toros de espuma y agua que no saben coger al hijo de un torero. 

FIN


Sanlúcar de Barrameda
Fotografía de Andres Trapiello "sustraída" de la entrada de HEMEROFLEXIA del 5 de Julio de 2013
Adagietto, Mahler, Quinta Sinfonía

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