[Poesía y Verdad I]
En Navidad
me consuel mirar las luces
de colores,
paso horas absorto
bajo las luminarias
callejeras
o los grandes retablos del
comercio.
Aunque, de todas, es mi favorita
la mísera guirnalda que
custodia
-en las noches de fiesta-
la soledad del tiempo en los
zaguanes
y en las gasolineras.
Nada tiene de extraño,
están hechas para eso.
Me consuela mirar las luces
de colores,
me recuerdan un poco a mi
poesía:
la escribo con cuidado,
pero al final elijo siempre,
como la urraca,
(y mira que lo evito)
las palabras brillantes,
como esferas de vidrio para
adornar el árbol
en una plaza pública de una
ciudad europea
mientras suenan de fondo
nocturnos de Chopin, lieder
de Schubert
-y por eso me llaman, con
razón, culturalista.
Pero luego me alejo y admiro
el adefesio
la torpe criatura con sus
brillos de plástico
tal y como imagino que la verán
los otros,
y me inspira (ahora sí)
ternura.
Me gustan las guirnaldas de
luces de colores
porque se venden en los
chinos,
y hay en los bazares chinos
más poesía que en la
Victoria de Samotracia
En traje de luces, Sevilla, 21 de diciembre de 2013 |
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