Justo ahí, tras el monte, bajo la pagoda, lo llaman el barranco de
las niñas. ¿Y qué otra cosa podemos hacer? Aquí no hay médicos y el
inspector viene dos veces al año. Somos campesinos, cada vez más viejos, hace
falta mano de obra. Yo aún pude tener dos, y los dos varones. El mayor vende ranas vivas y carne de perro junto al puente. Estoy orgulloso de él, es un
puesto muy codiciado. Lo llegó a regentar un catedrático de la capital cuando
trajeron a todos aquellos ridículos profesores que no sabían plantar arroz ni
ordeñar a una cabra. ¿El otro? Yo no sé leer, pero eso que ve ahí, enmarcado,
es el recibo de la bala. También la pagué con orgullo. Se escapó de niño, no le
gustaba nada el campo. Sí, droga. Es lo malo de la ciudad, que en seguida corrompe. Un país, dos
sistemas, ¿no es así como dicen?
lunes, 4 de febrero de 2013
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