{Utnapishtim }
He contemplado la cabeza y las manos de Cicerón expuestos en
el Foro sobre un charco de sangre. He sostenido en mis brazos el cuerpo exangüe
de Marat, el cuello degollado, el agua roja sobre la pila blanca. He mirado los
ojos tártaros de Mussolini desde el gancho donde lo colgaron y lo abrieron en
canal como a un caballo. Y me ha resultado indiferente. Es cierto que estos
siglos nos hemos apoyado en muchos humanos ambiciosos, no es, sin embargo, verdad, que
el poder nos corrompa ni perturbe. Eso se lo hemos dejado a otros, pero no
aprenden y acaban ahogados en su propia sangre. ¡Pobres hombres! Se consuelan de
nuestra omnipotencia atribuyéndonos vidas desgraciadas, abundantes en tragedias y enfermedades e
incluso están convencidos -¡insensatos!- de que la muerte nos iguala. ¡Qué poco saben del Partido!
FIN
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