[Radetzkymarsch]
(Homenaje a J. Roth)
Llovía
en las fronteras del Imperio como llueve en los mapas, siempre lejos. En el
patio de armas de todas las guarniciones, tras los portones pintados con los
emblemas amarillos y negros, crecía el lodo gris de las trincheras, pero los húsares
dormían a caballo su interminable siesta danubiana. “A mis pueblos”: en el tabique
alto de la cantina o en el angosto salón prostibulario, la inmaculada efigie de
Su Majestad presidía, -amarillenta como la nicotina y cagada de moscas-, las excelsas maniobras militares. Y llovía. Llovía
en las cúpulas de bronce, en los anchos y verdes bulevares por donde las familias
burguesas y los rectos funcionarios de distrito paseaban los largos domingos
imperiales. Llovía en los tableros de ajedrez y en los veladores de los
cafetines, en los palcos de la ópera y en la noria del Prater. Una lluvia tenaz
y amartillada, como un redoble remoto de tambores, que cien naciones nuevas aplaudían.
El 27 de mayo de 1939, cuando Europa se abismaba hacia la gran hecatombe, moría en París Joseph Roth (Brody, Galitizia, 1894) aplastado por el alcohol y la nostalgia del Imperio Austrohúngaro, de su longevo y blanquísimo Emperador Francisco José I: la apostólica majestad bajo cuya venerable mano danubiana convivieron, de Rusia a Dalmacia, todos los pueblos que la Segunda Guerra Mundial hizo desaparecer bajo la alambrada férula del Telón de Acero.
Como periodista en Viena, Berlín o la URSS, Joseph Roth fue un cronista lúcido de la Europa de entreguerras. Su actividad como reportero y su actitud antiideológica frente a los convulsos movimientos de la época se podría emparentar, en una curiosa pirueta de literatura comparada que dejaremos para otra ocasión, con la del sevillano Chaves Nogales, con quien pudo coincidir en algún decadente bistró para refugiados durante la Agonía de Francia.
Como novelista es, junto con Musil, Schnitzler o Zweig, uno de los grandes creadores y recreadores del Mundo de Ayer, el universo intelectual de aquella Mitteleuropa que, con epicentro en Viena y banda sonora de Mahler, irradió una explosión de inteligencia no vista desde la Atenas de Pericles o la Florencia de Lorenzo el Magnífico.
La estirpe de los Trotta, cuya historia nos narra en dos novelas magistrales: "La Marcha Radeztky" y la "Cripta de los capuchinos", representa de forma trágica la desesperada orfandad del Antiguo Régimen, definitivamente envenenado por el gas mostaza en las trincheras.
2 comentarios:
Esta obra ya está instalada en mi vida.
Gracias por el comentario, Paco, ¿has leído "La Cripta de los Capuchinos"? No más que una nouvelle.
Un saludo.
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