miércoles, 20 de noviembre de 2013

Sevilla-Sanlúcar-Mar (IX)

Decíamos ayer

...yo no me hice rico gracias al toro sino a la guerra.


-Pero caigo en la cuenta de que aún no he contestado a su pregunta: yo no me hice rico gracias al toro sino a la guerra.

-¿En las escaramuzas de Marruecos?

-No, en Cuba.  Hubo un par de décadas, tras la muerte de Cúchares, a quien arrebató el “vómito negro” en la Habana, en la que los primeros espadas no pasaron a ultramar por temor a las virulentas enfermedades del trópico. Lagartijo no quiso exponerse nunca, pero daba libertad a su cuadrilla en el invierno. Yo quería vivir mejor y corté amarras. Por muy avisado que puedan suponer a un mozo tan placeado por la vida como ya era yo, no pueden hacerse una idea del deslumbramiento que fue la isla de Cuba para mí. Muchas veces pienso que navego río abajo y río arriba el Guadalquivir porque sé que no termina en Sanlúcar, donde me parece que están ya los primeros cayos del Caribe, hay una corriente honda que tira de mí hacia las Antillas. ¿Quién podría diferenciar estas orillas de cañaverales, de las cañas de azúcar cuyas flechas verdes se disparaban hacia el negror de la selva? ¿O no son esos chozos donde se refugia el pastor de estas riberas como los solitarios bohíos  de las plantaciones?  No, a mis años no les voy a dejar que me pregunten por las mujeres de la Habana, pero ¿qué alegría me traes aquí muchachito?

Desde la barra del bar un niño de unos cinco años le llevaba un perfecto cigarro puro que nuestro hombre cortó y encendió parsimoniosamente, y sobre las volutas de humo inspiradas todos pudieron ver la espuma de las olas golpeando contra el malecón, el viejo salitre en los almacenes, los alineados mástiles de los buques que se pierden entre los cocoteros, los altos campanarios coloniales que arden bajo una luz barroca que súbitamente muere cuando sobre el cielo estrellado danzan las redondas caderas de una luna mulata.

-Toreamos poco o nada, rara vez conseguía reunirse algún lote de animales de media sangre y cuando intentaba importarse una corrida de toros “yankees” las más de las veces llegaban muertos al puerto. Los más avispados pusimos los ojos en otros negocios. Entonces empezaron las revueltas en la sierra y los primeros levantamientos contra la Corona. Era fácil hacerse un capitalito con el estraperlo y los toreros teníamos muy buenos contactos para facilitar a los rebeldes, y en no pequeñas cantidades, un artículo de primera necesidad innato a nuestra profesión y de que ellos carecían.[1]

Ebrio, el barco descendía por la corriente impasible, restos de sirga y redes se arremolinaban en las aguas, más anchas y profundas.

-Morfina.



[1] El manuscrito presenta en este punto numerosas enmiendas y tachaduras, como si el redactor hubiera dudado sobre la conveniencia o no de ocultar un tráfico quizá más pernicioso y sujeto a tribunales más severos. Son perfectamente legibles la palabra “revólver” y “fuego”.









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