...yo no me hice rico gracias al toro sino a la guerra.
-Pero caigo en la cuenta de que aún no he contestado a
su pregunta: yo no me hice rico gracias al toro sino a la guerra.
-¿En las escaramuzas de Marruecos?
-No, en Cuba. Hubo
un par de décadas, tras la muerte de Cúchares, a quien arrebató el “vómito
negro” en la Habana, en la que los primeros espadas no pasaron a ultramar por temor a las virulentas enfermedades
del trópico. Lagartijo no quiso exponerse nunca, pero daba libertad a su
cuadrilla en el invierno. Yo quería vivir mejor y corté amarras. Por muy avisado
que puedan suponer a un mozo tan placeado por la vida como ya era yo, no pueden
hacerse una idea del deslumbramiento que fue la isla de Cuba para mí. Muchas
veces pienso que navego río abajo y río arriba el Guadalquivir porque sé que no
termina en Sanlúcar, donde me parece que están ya los primeros cayos del Caribe, hay una corriente honda que tira de mí hacia las Antillas. ¿Quién podría diferenciar estas orillas de cañaverales, de las cañas de
azúcar cuyas flechas verdes se disparaban hacia el negror de la selva? ¿O no
son esos chozos donde se refugia el pastor de estas riberas como los solitarios
bohíos de las plantaciones? No, a mis años no les voy a dejar que me
pregunten por las mujeres de la Habana, pero ¿qué alegría me traes aquí
muchachito?
Desde la barra del bar un niño de unos cinco años le llevaba
un perfecto cigarro puro que nuestro hombre
cortó y encendió parsimoniosamente, y sobre las volutas de humo inspiradas
todos pudieron ver la espuma de las olas golpeando contra el malecón, el viejo
salitre en los almacenes, los alineados mástiles de los buques que se pierden
entre los cocoteros, los altos campanarios coloniales que arden bajo una luz barroca que súbitamente muere cuando sobre el cielo estrellado danzan las redondas caderas de una
luna mulata.
-Toreamos poco o nada, rara vez conseguía reunirse
algún lote de animales de media sangre y cuando intentaba importarse una
corrida de toros “yankees” las más de las veces llegaban muertos al puerto. Los
más avispados pusimos los ojos en otros negocios. Entonces empezaron las
revueltas en la sierra y los primeros levantamientos contra la Corona. Era fácil
hacerse un capitalito con el estraperlo y los toreros teníamos muy buenos
contactos para facilitar a los rebeldes, y en no pequeñas cantidades, un
artículo de primera necesidad innato a nuestra profesión y de que ellos carecían.[1]
Ebrio, el barco descendía por la corriente impasible,
restos de sirga y redes se arremolinaban en las aguas, más anchas y profundas.
-Morfina.
[1] El manuscrito presenta en este punto numerosas enmiendas y tachaduras, como si el redactor hubiera dudado sobre la conveniencia o no de ocultar un tráfico quizá más pernicioso y sujeto a tribunales más severos. Son perfectamente legibles la palabra “revólver” y “fuego”.
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