Capítulo IX: aquí
Capítulo VIII: aquí
Capítulo VII: aquí
Capítulo VI: aquí
Capitulo V: aquí
Capítulo IV: aquí
Capítulo III: aquí
Capítulo II: aquí.
Capítulo I: aquí
[Interludio nocturno]
Se habían apagado los pabellones, pero en el parque aún
perduraba una penumbra sentimental. Cándidas e incandescentes, las guirnaldas
nocturnas promovían un fulgor misterioso. Hacía apenas un instante que el ímpetu
azulado de los arcos voltaicos había dejado de lanzar a la noche los sus rayos
jupiterinos y ahora la calma descendía a los palacios. Entre los árboles,
hilvanados por un hilo invisible de luna, los globos de vidrio soplado, como
las cuentas de un collar de perlas, trazaban el arco parabólico de una honda
melancolía que corría a refugiarse en los estanques y glorietas, junto al
monumento a Bécquer, donde aún se escuchaba el frufrú de las sedas y el latido
jadeante de los abanicos del siglo XIX. Así, como esas luces, debían de ser las
luciérnagas que aparecían en nuestros poemas y que nunca habíamos visto,
brillantes y recónditas como los sonoros nenúfares de nuestro Villaespesa, a
quien ya no admirábamos, pero al que todavía imitábamos los jóvenes poetas de
la cuerda alcohólica. ¡Quién pudiera volver a aquellas horas! ¡A
aquella noche mágica segunda en la que solitario y perdido en un parque
romántico aguardaba la venida del tren de la aventura! Pero no, querido amigo, pasó
ya la incauta juventud y solo me resta, al son remoto de las cuerdas del arpa y
bajo la noche lejana del recuerdo, contarte así, como escribíamos entonces, que
aullando entre las sombras al fin llegó la audaz locomotora, y que nadie más
venía en los vagones que pararon ante mí -único pasajero de aquel ferrocarril fantasma- a la hora convenida, para luego
otra vez precipitarse bajo el túnel del monte Gurugú y aceleradamente surcar
aquel mapa de sombras y lejanas repúblicas, sobre rectas amplísimas y angostos
corredores de verjas y de hojas hasta llegar en zig-zag, echando chispas los raíles, al innombrable Pabellón
de Colombia.
La gran Cundinamarca vestía sus galas más salvajes. De la puerta
principal, entreabierta, surgía un halo rojizo, casi sangriento y un incesante
golpe de tambores hacía retumbar la jungla de la Exposición.
Alcázar de Sevilla, Estanque |
"Claro de Luna", Debussy
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