[Declaración universal sobre la
integridad de la Coca-Cola]
Los sumilleres y los adictos
sabemos que no existe una fórmula secreta. A diferencia de otros hidrocarburos
como el petróleo, con el que está ligeramente emparentada, la producción de
Coca-Cola está vinculada al único yacimiento encontrado hasta la fecha en
Atlanta, en 1886. Todas las prospecciones posteriores han resultado fallidas.
Pese a los denodados esfuerzos de Pepsi, cuyos sondeos en geografías tan
inciertas como Alaska o la Antárdida repercutieron en aquel engendro
transparente denominado Pepsi-Crystal, la hacendosa competidora de la matriz
georgiana ha tenido que seguir conformándose con la adulterada sobreexplotación
del afloramiento secundario de Carolina del Norte; apenas un venero ramificado
a través de la complicada y laberíntica galería de acuíferos que conecta ambos
estados, y que perjudica estrepitosamente el sabor original como consecuencia
de la sedimentación de azúcares de aluvión.
Fue durante la Gran Depresión, y
para evitar la especulación que hubiera podido derivarse de un acopio
descontrolado de reservas, lo que hubiera podido hacer tambalearse al monopolio,
cuando se circuló la idea de que la producción de la bebida, cuyo sabor y
efectos ninguna compañía lograba reproducir, tenía una base alquímica.
Numerosos imitadores despistados por esta verdad universal, han intentado
remedar infructuosamente desde entonces una receta imposible.
Aquellos fueron los mejores años
para The Coca-Cola Company, cuyos
cuarteles centrales, firmemente asentados sobre el gran oleoducto que bombeaba
incesantemente la chispa de la vida, hacían
inexpugnable el yacimiento a la comunidad científica y mitigaban, con una gran
inversión publicitaria en desinformación, todo conocimiento sobre los efectos
secundarios del preciado néctar, cuya magnitud aún se ignora.
En la década de los setenta
aparecieron los primeros signos de agotamiento de la explotación, profundos
estudios estimaron que la vida útil del yacimiento, que antes se consideraba prácticamente
ilimitada, apenas se prolongaría tres décadas más. Extraños movimientos
tectónicos habían reducido a extremos alarmantes la bolsa de crudo.
Ante lo desesperado de la
situación se ideó una estrategia que aún padecemos y a la que adictos y
sumilleres hemos asistido inermes.
A principio de los ochenta
apareció la aciaga Coca-Cola Light a la que luego sucedieron la Coca-Cola sin
cafeína y, posteriormente, la inexplicable Coca-Cola Zero, además de toda una
legión de derivados formados por la combinación y permutación de estos
productos rebajados.
Mediante un proceso de
destilación y refinado, que no tuvo nunca en cuenta el paladar del público, los
ingenieros de The Coca-Cola Company
lograron multiplicar por cinco el rendimiento de las extracciones y ampliar la
vida útil estimada en, al menos, cinco décadas más. Es cierto que para ello
hubieron de promover nuevos estilos de vida, denominados “saludables”, pero no
era un reto nuevo para quienes habían conseguido fagocitar los sueños
infantiles del pueblo americano mediante el colorado emblema de Papa Noel.
Este plan, ejecutado en los últimos
treinta años, alcanza ahora su fase final, cuando, prácticamente inencontrable
la Coca-Cola íntegra, se han camuflado los envases sometidos a una ceremonia de
la confusión en sus embalajes que impide, en cualquier circunstancia, asegurar
una provisión legítima.
Es por esto que adictos y
sumilleres hemos decidido hacer pública, no la fórmula -sí la combinación- que
permita restituir en todo caso la Coca-Cola primigenia con la plenitud de sus
cualidades organolépticas, en el convencimiento de que no podemos ceder a las
pretensiones uniformadoras de quienes se ha enriquecido mediante la
sobreexplotación de un bien natural escaso.
Así, en caso de necesidad, y
como nunca habrán de faltar derivados en el entorno doméstico, se deberá
disponer de las siguientes cantidades: un tercio de Coca-Cola Light, un tercio
de Coca-Cola Zero, un tercio de Coca-Cola sin cafeína que, convenientemente agregadas,
agitadas y removidas, retornarán una medida de Coca-Cola íntegra en todo su
esplendor.
En el caso de disponer de
derivados de segundo orden, como la Coca-Cola Zero sin cafeína o la Coca-Cola
Light sin cafeína o cualquier otro brebaje, conocido o por conocer, la
combinación debe afectarse por el coeficiente oportuno, siempre múltiplo o cociente
de dos, en función de la suma de medidas disponibles.
Sabemos a lo que nos exponemos al
revelar tan graves secretos, pero de no hacerlo habríamos renunciado a los más
altos principios de autenticidad y alegría natural que por más de un siglo ha
representado esta bebida universal, hoy por desgracia, en peligro de extinción.
PARA MÁS INFORMACIÓN: EL LECTOR DE AMANAQUES.
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