“-¿Y el alma del organista?
-No ha vuelto
a aparecer desde que colocaron el que ahora le sustituye.”
Maese Pérez el organista ( G. A. Bécquer)
En Sevilla, en el mismo vestíbulo del Centro de
Interpretación de la Religión, levantado por las administraciones sobre las
ruinas y el solar del antiguo convento de Santa Inés, oí esta historia al community manager de la entidad mientras
esperaba la inauguración de una muestra sobre el sentimentalismo y los rituales
cristianos de invierno en la primera mitad del siglo XXI. Como es natural, después
de oírla recorrí impaciente las salas acristaladas, ansioso de asistir a un
prodigio.
Nada menos prodigioso, sin embargo, que aquellas salas
frías y desnudas donde se repetían paneles sin sentido y los diferentes
prebostes alternaban la vacuidad de sus discursos.
Al salir de la ceremonia no pude por menos que enviar
un tuit con aire de burla al responsable de la comunidad online:
-¿Y cómo es que este espacio ha perdido su velo de
misterio gótico?
-¡Toma! –me contestó- Porque aquello duró hasta que se
ejecutaron las obras. Ahora ya no queda una piedra de lo que fue la iglesia.
-¿Y el alma del organista?
-No ha vuelto a aparecer desde que entraron las excavadoras.
Si a alguno de mis lectores se les ocurriese hacerme
la misma pregunta, después de leer esta historia, ya sabe por qué se esfumaron
los espíritus de la ciudad.
I
¿Veis esa cola de jóvenes greñudos y gafas de pasta
que doblan la cerviz sobre sus dispositivos electrónicos que abarrota el atrio
del convento de Santa Inés y que se extiende paralelamente a las hileras de
naranjos cuajados de frutos como bolas de navidad a lo largo de la calle de Doña María Coronel? ¿Veis a
aquella muchacha en bicicleta con el gorro de lana y la bufanda rosa que
arrastra por el laberinto de las callejas un cendal de bruma y brasas de
castañas asadas? Ahora llega junto a la fila y abre y cierra los ojos como
estrellas titilantes igual que las guirnaldas luminosas que sobre el arco de
las calles despliegan una efímera arquitectura de cristales de nieve y bayas de
muérdago asombrosas.
¿Reparasteis, acaso, al desembozarse el abrigo para
liberar el calor de su pedalada en el pequeño folleto que esgrimen sus manos frías?
Toda Sevilla ha venido aquí por la misma razón: hoy se cierra el torno de Santa
Inés y ya no quedará en la ciudad ningún rincón secreto donde solicitar en voz
baja las tortas de Santa Clara y el cortadillo de cidra cuyas hebras tanto se
parecen a las cabelleras de las jóvenes erasmus que ríen curiosas y expectantes
mientras repasan la lista de precios de los bollitos de Santa Inés, coronados
de ajonjolí, y las sultanas de almendra, aderezadas con zumo de toronja y esencia
de matalahúva.
Torre de Don Fadrique, junio 2016 |
Toward the unknown region, Vaughan Williams, sobre poemas de Whitman
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