martes, 20 de agosto de 2019

Cuarenta

Deambular por Sevilla a cuarenta grados en julio y a las cinco de la tarde es una experiencia astral que muchos sevillanos de bermuda y aire acondicionado desconocen.
La ciudad queda velada por una calima neblinosa, la humedad caliente seca los pulmones y pareciera que anduviera uno cuarenta siglos atrás por un paisaje rural al que hubieran adherido construcciones rocosas y espectrales.
Solo por las hondas callejas de sombra, como ríos de frescor, hay un metafísico alivio que se ve aumentado espiritualmente por la soledad y vacío que apenas interrumpen los turistas.
Es como pasear por una noche blanca, una noche que fuera de día y, vacía la ciudad, ¡oh gran Sevilla! vemos más cosas, vemos más lejos y esto apenas pudiéndonos detener porque bajo este sol implacable muere el Guadalquivir y ha de hacerse uno mismo río.

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