(Leyenda de Aracena)
En Aracena,
en la misma entrada de la Gruta de las Maravillas, mientras aguardábamos nuestro
turno para acceder al subterráneo palacio oriental de las mil y una noches donde
los siglos han ido tejiendo un prodigioso encaje de estalactitas y estalagmitas
de alabastro, escuché esta historia de boca de una misteriosa guía que, como
una nueva Sherezade, encandilaba a lo que a tenor de sus vestimentas debía de
ser una expedición de jeques árabes en viaje de negocios. En vano he intentado
luego encontrar la fuente original de la narración: inaccesible en internet,
tampoco era conocida por los agentes turísticos locales ni figura en las
memorias o compendios de los eruditos lugareños.
Cubierta
por un hiyab que apenas descubría sus ojos, verdes y profundos como los lagos
de la gruta, la mujer dio inicio a su narración en lo que a mí me parecía un inextricable
árabe clásico que trocó inmediatamente por un inglés dulcísimo a petición de uno
de los fantásticos beduinos, circunstancia esta que ahora me permite transcribir, aunque no
libre de los adornos que son marca de la casa, más o menos fielmente sus
palabras:
“Cuentan
(pero solo Alá conoce la verdad) que hubo en otro tiempo en esta ciudad de Qtrsana
o Aracena un walí o gobernador,
primo segundo de Al-Mutamid, rey de la taifa de Sevilla, que atendía al nombre
de Abu Al-Hasan Ibn Alí Ibn Abbad y que se jactaba de la belleza de los
jardines de su alcazaba, cuyo esplendor, a decir de algunos viajeros, no
envidiaba y aun superaba al de los alcázares abadíes de Sevilla, al de los
primitivos palacios de la colina roja de la Sabika en Granada y aun al de las
terrazas de Madinat Al-Zahara cuyos naranjos se tienden plácidamente a la
orilla del río grande.”
Continuará...
Continuará...
Aracena, 15 de julio de 2016 |
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