domingo, 20 de septiembre de 2020

Apocalypse Now

He tenido que acudir hoy a un centro comercial y he salido espantado del comportamiento de la gente. He dejado la compra para otro día, no hay necesidad de infectarse en sábado de coronavirus.

O confinamiento o nada, este me temo que es el nuevo mantra de la nueva normalidad.
Convencido de la inevitabilidad de una inminente encerrona parece que el personal se entregara al desenfreno respecto a las recomendaciones u obligaciones sanitarias de ¿todos? conocidas: ni distancia, ni mascarilla.
Todo era multitud en las tiendas y hacinamiento en el interior sin ventilar de los locales de restauración.
A mí me parece que el origen de estas actitudes está en una profunda inmadurez social: se ha delegado en el estado la autoprotección, se acatan las normas solo cuando hay autoridad para imponerlas y se espera de la administración que con ertes y subsidios amortigüe la miseria a la que nos vemos abocados.
Es un comportamiento que ni siquiera se puede calificar de insolidario, porque esto presupondría el conocimiento de la palabra solidaridad, cuestión que excede a las mayorías.
Autómatas despersonalizados los esclavos felices obedecen solo al principio del placer o el miedo, miedo que aún les duraba en julio, cuando no había ni un solo virus en la calle y aún la gente refrenaba su salida; placer que se extinguirá en cuanto nos obliguen a quedarnos en casa para esas multitudes sin mundo interior.
Con este palo y zanahoria, el miedo/la diversión, seremos administrados en el nuevo orden mundial.
Es evidente que con la degradación histórica de la educación, que cada día se abisma más hacia la falta de valores, tampoco cabía esperar otro resultado.
Todavía hay en el Gobierno gente que cursó la EGB, a saber a dónde iremos a parar cuando lleguen, ya hay alguno, los ministros de la ESO. Porque de los de bachiller y reválida lamentablemente, ay, no queda nadie ya.
En lugar de cantar como niños de San Ildefonso el número ascendente y diario de positivos que crecen sin cuento como si la infección fuera eterna -bastaría el número de contagiados en catorce días- se deberían haber llevado a cabo campañas intensivas de concienciación y, sobre todo, formación, para que se tuviera claro cómo y por qué se está contagiando la gente y quiénes enferman y cómo deben actuar -y por qué- los positivos.
El Gobierno Central que ha delegado la autoridad y, de paso, la responsablidad, en las autonomías, tampoco se ha implicado en absoluto en el fomento de la app Radar Covid, de la que nada se sabe, y me temo que al borde del colapso en la atención primaria los resultados de las pruebas PCR se están entregando tan tarde que hacen inútil en sí la prueba.
Siento decir que yo he visto a los cadáveres marchar en fila sobre las multitudes y me ha dado una pena infinita comprobar que nos dirigimos, otra vez, al apocalipsis de los mil muertos diarios.
Yo he amado siempre mucho a mi país, España. Más allá de cainismos y complejos de inferioridad he creído siempre en la virtud y en la heroicidad anónima de los españoles, siempre por encima de sus gobernantes y -a poco que se conozca el mundo y sin que medie ningún chovinismo ni patrioterismo de primera derivada-, también de la mayoría de los países civilizados y no civilizados, y esto a pesar de sufrir vicios inmundos como la pertinaz envidia ibérica. No sé, quizá la gracia estaba en el contraste. Teníamos esa suerte, ese devengo de la historia que coronaba la bondad de nuestro clima y que todavía exprimíamos.
Pero me temo que algo ha cambiado en los últimos años, Seguramente será la globalización, pero uno empieza a sentir que este país ya no merece tanto la pena y que da igual lo que uno se esfuerce en mejorar las cosas. Hemos vuelto a la terrible fatalidad del siglo XIX, salvo que ya España no nos duele, sino que nos da lo mismo.
Y en eso estamos, en el sálvese (de luxe) el que pueda, en el muerto al hoyo y en el vivo al hoyo.
Es el apocalipsis, ahora, ya.


2 comentarios:

Carlos Martínez Aguirre dijo...

Querido amigo: sólo debemos temer a una cosa ofender a Dios. Y eso no es otra cosa que dejar de amar. No tengas miedo.

José María JURADO dijo...

Gracias, amigo mío. Gracias.

 
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