Fragmento cuarto
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Pero Roma es Amor,
resplandecía
la caricia en el cuerpo acariciado
y un rumor de palomas por el Tíber
anunciaba la aurora de los dedos rosados.
Tendida sobre el lecho, mármol y oro,
como un ara la espalda desceñida
y los ojos azules casi negros
recibe Lesbia el beso de la luz,
la mañana que nace de la noche
siempre grata a los dioses inmortales.
Sobre su piel el sol escribe ahora
“Perdí mi mundo, me perdí a mí mismo”.
Otoño en Marienbad y los alerces,
las cúpulas de bronce, los violines de Hungría,
Propercio en el umbral, Ovidio en el Danubio.
Pero Roma es Amor y Amor es muerte,
las legiones de Varo, el áspid de Cleopatra,
rosas rojas de sangre la clámide de César,
tierra negra, lombrices, Horacio de Venosa,
buscas a Roma en Roma, ¡oh peregrino!,
y Catulo una sombra entre cipreses
bajo la innumerable arena y las estrellas
que iluminan la nada y la ceniza
de la noche perpetua donde fulge
Amor más poderoso que la muerte.
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