La música del siglo XVI apelaba a la FE, las grandes polifonías como vidrieras encendidas.
La música del siglo XVII movía a la PIEDAD, los corales y oratorios barrocos estremecían las almas como el viento estremece las vidrieras.
La música del XVIII apelaba a la RAZÓN y los SENTIDOS, hechas añicos las vidrieras de las catedrales, fluía el arroyo del jardín roussoniano, bajo un columpio donde se mecía el marqués de Sade.
La música del XIX, tocaba el CORAZÓN, abadías en ruinas, monasterios decrépitos, la sinfonía romántica caía sobre los espíritus como una tormenta de nieve o una aparición espectral.ç
La música del siglo XX, inquietaba al INCONSCIENTE, con el oído reclinado en el diván vimos pasar ante nosotros sonidos inquietantes y estridentes, con su pulsión de suicidio.
¿A dónde irá la música del siglo XXI?
Es pronto aún para decirlo, pero hemos de suponer que debe conmover a la INTELIGENCIA, esa potencia en trance artificial de estudio, que aún no podemos definir y de la que ignoramos si, como las que la han precedido (la fe, piedad, razón, corazón e inconsciente) es solo humana o no.
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