No sé si aparecerá este libro en las listas del año, pero sí debería aparecer en las listas del siglo XX.
Definida como la Ajmatova bielorrusa, acaso para ahorrar la pronunciación de su nombre imposible, la lectura de los poemas de Yauheniya Yaníshchyts me ha conmovido profundamente.
Su voz, espiritualmente eslava, con lo que esto implica de amor a la tierra y la patria (el eco de la Gran Guerra, es decir, la segunda mundial está presente siempre) suena, en la impecable traducción de Francisco Ruiz Soriano -por airosamente legible, bielorruso no sé-, como los poemas de los círculos simbolistas y acmeístas de los años veinte y treinta rusos: Blok, Ajmatova, Mandelstam, Pasternak.
Nacida en el 48 es algunas generaciones posterior a la de los grandiosos nombres citados, pero la lengua bielorrusa -a la que ella infundió su incandescencia- era si no más nueva, menos desarrollada literariamente. En su voz alcanza, entendemos dentro de nuestra limitación, la máxima expresión.
Yauheniya apenas llegó a los cuarenta, se quitó la vida y en sus últimos años fue referente para ella la poeta americana (Anne Sexton) que también dejó el mundo por voluntad propia y desentendimiento con la realidad.
No sabemos hasta qué punto influyó en Yauheniya el desencanto que ya en el 88 debía manifestarse en el régimen soviético, especialmente duro en Bielorrusia, la república más fiel a Moscú. En sus poemas sorprende la candidez y la belleza revolucionaria de algunos versos, pues fue fiel -y no hay que juzgarla por ello- al único modelo de estado que conoció, se puede ser soviético y aun buen poeta y hasta santo.
Hastiado de tanta poesía egocéntrica, de tanta imagen fulgurante, de tanta irracionalidad, de tanta retórica, en sus poemas destaca la sencillez con la que mira el mundo que le rodea, a veces me pareciera más que una Ajmatova una Dickinson eslava, sino fuera porque no incurre en la complejidad simbólica de Emily, aquí es todo más sencillo, poemas ni breves ni largos, que nos hablan del deshielo, de las flores en Bielorrusia, del recuerdo del padre y de la madre, de la chejoviana vida en un lugar del mundo ignoto que es todos los lugares del mundo.
Yo he leído como decía todos los poemas con el corazón contrito porque sentía uno esa función primordial de la poesía que es la emoción, una emoción elegíaca e intensa, intrínsicamente rusa.
Ha sido, me digo, como releer los poemas de Pasternak que van al final de su Dr. Zhivago, esa sería la estirpe.
No todos los años sube uno un poeta al panteón de los inmortales, por eso para mí es este el libro más importante del año, porque su voz es verdaderamente grande, por pequeña.
Uno de sus últimos poemas está dedicado a Lorca y hay una referencia a Sevilla, emociona que en la Rusia Blanca, junto al río Yaselda que tanto sale en sus poemas, haya vibrado el acorde del Darro y el Guadalquivir.
(No tengo el libro ahora a la mano, pero subiré en breve alguno de los poemas).
Si quieres regalar poesía estas navidades, la de Yauheniya trae los paisajes del Ártico.
martes, 16 de diciembre de 2025
Yahueniya
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