Estos melocotones del primer septiembre:
amarillos, naranjas, casi rojos, con algún aviso
de verde todavía en su espléndida madurez,
que parecen manzanas de Cezanne. Esta gota
de ámbar, esta lupa de azúcar sobre la piel
encarnada de los higos, como terciopelo hundido
en la copa dulce del aguador de Sevilla y
Velázquez. Estos membrillos de bronce y
oro viejo, rugosos, henchidos de carne áspera
y de sol, como un bodegón de Zurbarán.
¡Qué insípidos resultan en la boca! Llenan,
pero no alimentan y dejan un amargo gusto
de plomo y de zinc, de pigmento y trementina.
Expuestos en la frutería engañan a la vista
con sus vestidos falsos como monas de seda.
Sin su alma de carne, sin su núcleo de pulpa
cultivada, sin su nuez de verdad, nada es nadie
y nadie es nada. Porque la verdadera belleza hay
que robarla del jardín secreto cuyas frágiles
ramas se asoman a los camino polvorientos
o de la sombra húmeda de la higuera frondosa,
lija y río, o bien tomarla directamente con la
mano de los cuadros y de los libros perennes.
Para que alimenten de verdad. Lo mismo que
los hombres ¡qué hipócrita puede llegar a ser
Natura! O, peor, ¡qué transgénica!
martes, 2 de septiembre de 2008
Suscribirse a:
Enviar comentarios (Atom)
2 comentarios:
Josñe María, soy Alberto, es el primer artículo que leo y aunque esté lejano de tu almanaque es también una escritura de un estilo poético y enumerativo. Cada vez me gusta más la escritura, lo digo porque lo de menos (para mí) es que sean o no transgénicos, es gozoso leerlo por sí mismo.
Gracias, Alberto, eres muy generoso, tus poemas en prosa me han gustado mucho.
Publicar un comentario