Me cuentan que este domingo se celebra un importante torneo de tenis en la Plaza de Toros de las Ventas. Es razonable que el coliseo se utilice para otros servicios, lo que viene a confirmar, desde Nerón hasta aquí, lo bien construidas que están las Plazas de Toros, las que Paquiro recomendaba que estuvieran a las afueras de las ciudades y abrigadas del viento, o sea, lo contrario que en Madrid. Como lo ignoro todo sobre este deporte no sé en qué medida puede afectar el Austro o el Noto a la trayectoria de una pelota y las anotaciones anejas, pero, dado el carácter sacramental que para mí tiene la tauromaquia, no deja de parecerme una suerte de profanación menor este entretenimiento. Dicho sea a la debida distancia porque, además, desde los Beatles a los mítines electorales, hemos vistos tantos usos alternativos de esto coso, a cual más esperpéntico, que ya estamos curados de espanto. Es lo de menos. Simplemente confiamos en que no cunda el ejemplo y que respeten La Maestranza, un partido de tenis tras la Puerta del Príncipe es un asunto más grave que la conquista de Bizancio por los turcos o el declive y caída del Imperio Romano. La decadencia sin solución.
No corren vientos buenos para la tauromaquia en el ámbito del pensamiento, aunque sí prospera cierta glorificación del deporte sin que por ello los Epinicios de Píndaro -sus Olímpicas- hayan batido tampoco ningún record de ventas, incluso pese a la magnífica y postmoderna relectura de Juan Antonio González-Iglesias (“Olímpicas”, El Gaviero Ediciones, 2005).
Estos contrastes entre el deporte y el toreo, sin embargo, me han traído a la memoria la reflexión de Ernest Gombrich, citada por Guillermo Carnero en la poética que presentó en la Fundación Juan March en Septiembre del 2004–accesible en audio y versión imprimible en Internet- según la cual los cónsules del Imperio Británico quisieron agasajar a un Mandarín de la China ofreciéndole un partido de tenis en la embajada británica, al término del cual, hizo el siguiente comentario: “suponiendo que exista alguna oscura razón que no acierto a imaginar para llevar esa pelota de un lado a otro, no comprendo cómo actividad tan irrelevante no se encomienda a los criados”. Estamos convencidos de que el “milenario” Mandarín no hubiera manifestado la misma opinión si hubiera presenciado la lidia de un toro bravo, actividad cuya nobleza podríamos argumentar con cien razones y que en ningún caso podría ser tildada de irrelevante porque incorpora, como mínimo, la trascendencia de una muerte posible. Y decimos que podríamos argumentarlo, pero que preferimos no hacerlo porque en estos tiempos de postmodernidad hemos de conservar algunos aprioris, la fuerza bruta de una razón no explicable, la opinión de un mandarín imaginario favorable a nuestras aficiones mientras por las gradas sube Rafael Nadal con toda la raqueta a cuestas y yo cierro, con media verónica, pero sin cargar la suerte, esta columna a plaza partida entre dos blogs.
sábado, 20 de septiembre de 2008
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6 comentarios:
Hombre, Jur, la oscura razón que el mandarín no acertaba a imaginar era la de que el contrario no consiguiera llevar la pelota del otro lado al uno y la relevancia del acto estriba en que una vez puesta la pelota de tal guisa, te proclamas vencedor del tanto. Una estupidez en el concepto, sin duda, como estúpido en el concepto es el fin perseguido en cualquier deporte, ya sea introducir a puntapiés pelotas en un rectángulo clavado en el suelo o con las manos en un aro colgado del techo, pero irrelevante no, ya que concede la supremacía y beneficios que la victoria otorgue.
Indudablemente, el flirteo con la muerte del torero otorga mayor relevancia al arte de la lidia, pero este extremo es el que, probablemente, hubiera hecho deducir al mandarín su mayor idoneidad para su ejercicio por la servidumbre y solaz de la aristocracia.
Por llevarte la contraria, filosofar de mercadillo, reconocer tu maestría con la palabra y enviarte un abrazo te adjunto esta reflexión barata que me distrae de mis quehaceres.
Dani
Gracias, Daniel, por pasar por aquí. Tu comenario es agudo sobre todo en cuanto a que se deje matar la servidumbre, que es lo que pasa en el toreo, lo que no veo es lo de que en el deporte se "concede la supremacía y beneficios que la victoria otorgue", más que como consecuencia de una escala de valores distorsionada, si no lo más que se tiene es una corona de laurel para hacer puchero o una medalla falsa de oro, plata, bronce o similar.
Un abrazo.
La supremacía y beneficios que otorga el deporte-negocio hoy día se resuelven, generalmente, en montantes económicos, glorias deportivas y reconocimientos sociales, que no es poco más que el laurel para el puchero y las falsas medallas, pero a bote pronto se me ocurre que la mano del dios Maradona, el partido El Salvador-Honduras o las medallas de Owens van más allá de las consecuencias reseñadas.
Ahora lo que no veo yo es que sea la servidumbre la que se deje matar, teniendo en el escalafón a duques consortes y otras perlas del cuché.
Dani
El mandarín es fantástico, claro que no es comparable... El culto a la muerte y al toro está dentro de la cultura mediterránea y de esto ya sabían mucho los griegos y los sevillanos sin ir más lejos.
"Estamos convencidos de que el “milenario” Mandarín no hubiera manifestado la misma opinión si hubiera presenciado la lidia de un toro bravo..."
Hombre Jur, pues parte del secreto de la fiesta nacional está en llevar el toro de un lado a otro, como hacen los tenistas con la pelota. Tú lo llamas lidia, pero no deja de ser otra forma de deporte. Más arriesgado eso sí, pero creo que el mandarín tampoco lo hubiera entendido. Ahora bien, y me refiero a lo rasgado de sus ojos, se habría fijado mucho en lo uno y en lo otro.
Digo yo, aunque sea muy simple.
Llama al toro dragón y lo entenderá el mandarín.
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