miércoles, 17 de septiembre de 2008
Las taifas de la Cultura
Cualquier ciudad, por el mero hecho de constituirse en “polis”, ya es o debiera ser una capital de la Cultura. El desarrollo que cada disciplina particular pueda tener en un territorio u otro depende de muchas circunstancias: la historia, el azar de un nacimiento, la formación venturosa de una escuela artística… que dan tradición o solera, pero que, en el fondo, ni ponen ni quitan, porque donde uno o más se recrean en una actividad intelectual verdadera ya hay una capital, una cima del hombre. Repaso la lista de las ciudades que se presentan a la Capitalidad Cultural Europea para el año 2016: Alcalá de Henares, Burgos, Cáceres, Córdoba, Málaga, Cuenca, Pamplona, Segovia, Tarragona, Tenerife, Valencia, Zaragoza y Santander. De momento. A este paso van a ser más las ciudades españolas que opten a esta lotería de subvenciones que las que decidan abstenerse en esta ronda. Lo que tiene mérito es no presentarse. Puestos a este desatino, porque cada opción tiene sus proyectos, sus proyectistas, su oficina y sus oficinistas, podría concursar una confederación ibérica. Sobre todo ahora que está de moda repartir los eventos deportivos entre países y teniendo en cuenta que esta capitalidad no deja de ser una olimpiada de pobre, una feria menor en el escalafón internacional. Para los que creemos en la aristocracia del espíritu en un tiempo de bárbaros siempre será insuficiente el apoyo que los poderes públicos otorguen a la Cultura y, al mismo tiempo, siempre nos parecerá demasiado. Los valores intelectuales no obedecen a criterios democráticos, ni a modas pasajeras, ni a leyes de mercado, su altura y su valor es incuestionable, su superioridad es la de los happy few (felices escogidos) y su consideración social es reflejo, siempre, de la escala de valores dominante. O sea, nula por momentos cuando no negativa. En un mundo en manos de la cultura de masas, la alta cultura lo más que puede hacer es beneficiarse de las nuevas oportunidades tecnológicas y económicas, para ser más entre los menos. Porque nunca se ha escrito, editado, leído, proyectado, compuesto y bailado en más cantidad que en las últimas décadas y nunca, en cambio, ha sido el impacto menor (proporcionalmente, claro, descartado el analfabetismo en parte de la tierra por fortuna). Los ayuntamientos deberían comprometerse con la cultura no con proyectos megalómanos: basta una red de biblioteca bien surtida, un conservatorio cuidado, un teatro abierto, algún que otro certamen juvenil, un torneo de ajedrez… Proyectos modestos, pero serios y con continuidad. Todo lo demás es cartón piedra que a la larga no deja nada más que una resaca. De acuerdo, en alguien se encenderá la alta llama del intelecto, pero es muy triste que esta llegue de la mano de un mechero con un logotipo y un plazo ¡qué largo me lo fiáis! Conociendo la historia de España podemos dar por inaugurada la Guerra de la Cultura, la batalla de las Taifas intelectuales. Recientemente ha sido noticia, por ejemplo, el enfado de los munícipes de Córdoba y Málaga con Sevilla por una exposición dedicada a Cáceres. Y esto es sólo el principio. Hasta el 2016 que ustedes lo cobren bien, que ya se lo fracturarán, perdón, facturarán.
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