viernes, 31 de octubre de 2008

Un cuento ruso de invierno

La estufa de cerámica, blanca y azul, incendiaba el salón. Un cielo plomizo traía ya la oscuridad temprana de la tarde con su coro de sombras boreales. Al otro lado del río, desde las altas ventanas empañadas por el hervor humeante del samovar, las mansiones se veían grises y, más abajo, una larga fila de coches se formaba frente al Palacio Imperial. Los cocheros se apelmazaban en el pescante soportando la incesante aguanieve bajo gruesas mantas, el humo de su tabaco formaba mechones deshilachados e intermitentes como si fueran chimeneas con el tiro obstruido. La corriente arrastraba bloques de hielo roto a la deriva, las masas de agua plúmbea los agitaban en todas las direcciones, los puentes levadizos permanecían cerrados y no se avistaba embarcación alguna. El Neva parecía más profundo y trágico.

-Y díganme, queridos, ¿es cierto que en sus países siempre hace sol y que muchos de sus súbditos no conocen la nieve?- en las mejillas encendidas de la joven habían florecido dos rosas de color púrpura y sus ojos azules eran limpios como el cielo del Mediodía.

-Alteza, es usted tan joven, tan... -el el embajador de Italia hizo un gesto gracioso rizando su mano en el aire y sin encontrar la palabra adecuada, prosiguió- A mí no me incomoda su frío, encuentro este clima suyo reconfortante, vigoriza el espíritu y atempera las pasiones. Además, tengo un remedio infalible para cuando se me congela el corazón: me basta con cortar un limón, aunque sea un limón escarchado, y aspirar su perfume, que es el de mi país y el de mi juventud. Albahaca, limón, un laúd, una romanza, ¡el primer sorbo de Valpolicella! – él la miraba muy fijamente y, al tiempo, se atusaba el imponente mostacho. Pese a su estudiada afectación sabía melancólicamente que había cruzado el umbral en que las jóvenes sólo lo consideraban como a un entrañable abuelo.

-El limón, el limón es demasiado agrio ¿no le parece?... Hay una bandeja de limones junto a las fuentes de té, puede llevarse a su residencia todos los limones que quiera... ¿Y qué dice nuestro venerable cónsul de Grecia?

-Usted se ríe de mí sin duda al hacerme mayor de lo que soy, pero la entiendo bien, después de todo profesamos la misma religión, es cierto que aquí no hay sol, pero en cualquiera de sus miles de iglesias, bajo las cúpulas doradas de madera y nieve, están los iconos de mi patria. Los finos cirios naranjas, el incienso, las casullas bordadas, los cantos litúrgicos y angelicales... A veces me parece que a la salida de una de sus interminables misas me espera un borrico que me bajará hasta la playa, a través de breñas y rocas blancas y ardientes hasta el azul donde se bañan desnudos los dioses...

-¿Y las diosas? ¿Acaso no se bañan desnudas las diosas?... Le felicito por su fe, en este palacio, sin embargo, no va a encontrar usted demasiado recogimiento, ni tampoco muchos cuadros piadosos, aunque, para su consuelo, abundan como usted sabe airoso mozos uniformados...-y mientras lo decía sonreía al joven agregado militar español que esperaba, ansioso, el momento de poder dirigirse a la joven princesa.

Le hubiera querido decir que en España, bajo el sol rabioso del sur, hay hombres que caminan con un cuchillo en el corazón y que saben templar la guitarra, hombres rudos que le rezan a vírgenes de oro con la cara de niña, hombres que se juegan la vida frente al toro por mujeres como ella y que doman caballos, hombres que... Le hubiera dicho que en las noches de verano, la música incesante de los fandangos desborda las calles de Madrid y que bajo la luz de la luna las gitanas leen la buenaventura y que...

Sin embargo, como el aire de un abanico o un inesperado rayo de luz, su traje de muselina blanca desapareció radiante entre los uniformes de gala,

-Me tendrán que disculpar, ¡ahí están los músicos!

Al agregado español le parecieron de repente del todo punto ridículo sus alegres fantasías y sin embargo, ¿qué ocupación mejor podía haber en San Petersburgo para un joven del cuerpo diplomático que cortejar a las lánguidas, dolientes y dulces princesas rusas? Llevaba tantos meses aburriéndose y hacía tanto frío...

Las cuerdas atacaban frenéticamente la partitura y el aire de las estancias se cargó aún más. A través de las ventanas ya sólo se divisaban muy remotas luces de gas, imprevistos reflejos del hielo sobre las aguas negras e insondables.

Pero un lejano aroma de incienso y de limones todavía flotaba.

6 comentarios:

Anónimo dijo...

Te superas querido amigo, te superas. Enhorabuena...

Anónimo dijo...

Cojonudo el cuento.

El agregado italiano me ha recordado a aquel verso de Campoamor:

Las hijas de las madres que amé tanto/ me miran ya como se mira a un santo!

Anónimo dijo...

Ah! Lo he comprobado en internet y el verso exacto es "me besan ya como se besa a un santo". (Mejor, sí).

Anónimo dijo...

Es impresionante cómo en una cara y media puedes trasladarnos de país y de época. Enhorabuena, José María. Y gracias.

José María JURADO dijo...

Muchas gracias, amigos.

Jesús Cotta Lobato dijo...

Me he quedado con las ganas de que el español diga lo suyo. Un abrazo

 
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