Hoy visto el sudario blanco de mi mortaja.
Por las calles de la ciudad renovaré los votos con el tiempo sagrado de la Soledad.
Mi antifaz y escapularios serán negros, mi rostro será el de todos los hombres y mujeres, el de todos los niños y los pájaros.
Con el hábito blanco de esta tarde triste miraré desplomarse la arena en los relojes, mientras roza mi piel la última sábana que habrá de velarme los ojos.
La blanca Soledad camina sola hasta el último puerto de la vida.
Yo no quiero para mi cuerpo inerte el fuego devorador que convierta en polvo de cenizas aventadas mis huesos por el mundo.
Ni quiero una colmena de la muerte o un columbario alzado, tan lejos de las raíces de los árboles que seguirán floreciendo cada mayo mientras cruje indeleble la gran rueda del cielo.
Yo quiero para mí la tierra humilde, el barro de la vida, los nudos rugosos de la madera.
A solas con mi túnica resonarán las paletadas en mi cabeza yerta como las largas trompetas del Día Octavo.
Y entonces abriré los ojos.
Para Ver.
sábado, 11 de abril de 2009
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8 comentarios:
Como todas las entradas de la semana, sobrecogedora, José María. El final de esta es, una vez más, de antología.
Impresionante, José María, impresionante.
Esto es SS en estado puro. La verdad que la hace única; para todos y para cada uno.
¿Qué pasa con el Domingo de Resurrección? Ah, ya sé, nos fuimos a los toros y se nos olvidó... Pues que sepas que uno, en su humildad, ha seguido toda tu Semana Santa y echa de menos el Domingo.
Un abrazo.
El Domingo de Resurrección es la Macarena entrando en la Campana, querido Alelo.
Un abrazo José María, ha sido un placer.
Gracias, Javier, lo mismo digo.
José María:
Hace mucho tiempo que no disfrutaba de tan fina prosa. Con permiso por la invasión de tu intimidad, enhorabuena.
Bienvenido, Julio.
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