Hay una cierta clase de poesía cuyo tono se sostiene sobre la base de un vocabulario “poético” normalizado y cuya música no es sino la reformulación de ciertas melodías conocidas.
A los poetas de esta naturaleza los podemos calificar de “correctos”, eventualmente su canto alzará el vuelo, pero pocas veces su obra nos proporcionará el hallazgo de un territorio desconocido.
Hay, en cambio, poetas que deciden arriesgar más y llevar al lenguaje y a la imaginación a países extranjeros, a territorios no explorados de los que podamos regresar iluminados (y sí, pienso en Rimbaud), con una cartografía nueva para dar fe de la existencia.
Santos Domínguez (Cáceres, 1955) pertenece a esta clase de poetas inconformistas que han hecho de su trabajo poético un instrumento de conocimiento y una vía para acrecentar la belleza del mundo a partir, siempre, de una profunda y deliberada exigencia de perfeccionamiento verbal, rehuyendo las imágenes sabidas y los ritmos transitados.
Esto, que en otros poetas pueda derivar, quizá, en ampulosos barroquismos o en fatuas delicadezas expresivas, queda embridado y medido por una escritura de cabotaje que no pierde nunca de vista la gran tradición poética occidental. Porque, como puede certificar cualquier navegante que visite su revista electrónica “Encuentros de lecturas”, Santos Domínguez es un lector proteico y voraz y un crítico fiable y actualizado.
Y es que, por sorprendente que pueda parecer, la condición de “escribidor” de versos en ocasiones es demasiado ajena a la Gran Poesía, la de las presencias tutelares que nunca deben dejar de invocarse, salvo que se quiera sucumbir sin remedio en la frivolidad, en el pastiche o en el vanguardismo ficticio y digital que nos acosa con sus ridículas novedades.
La lectura de los libros de Santos Domínguez me ha procurado no pocos ratos felices y emocionantes, en su obra siempre encontraremos la imagen deslumbrante, la música bien hecha y, lo que es más importante, una visión moral del mundo que concede una utilidad catártica a sus poemas y recuerda al mejor didactismo de Cernuda, el de la “Desolación de la Quimera”.
Porque la poesía de Santos Domínguez, a nuestro juicio, se alimenta, sobre todo, de la revisión del surrealismo que hicieron los poetas del 27, Cernuda y Aleixandre, sobre todo, (lejos de los automatismos) y de cierto compromiso ético, no antagonista con la elaboración lingüística ni lastrado por la denuncia social, que podemos encontrar en algunos poetas del 50 como José Hierro y Caballero Bonald principalmente. De manera que cohabitan en su obra junto con poemas más discursivos o inteligibles, otros de raíz o estructura más telúricas.
Citaremos algunas de sus obras últimas: La flor de las cenizas, En un bosque extranjero, Las provincias del frío o el más reciente y ya en pruebas Para explicar la nieve.
[Digresión: obviamos deliberadamente citar los premios de los que estos libros han sido acreedores porque, a nuestro modesto entender, esto no aporta ni añade, en un sentido u otro, a la creación poética, más allá de resultar un mecanismo adecuado para la publicación de una obra y una necesidad asumida por el gremio en general para rellenar solapas y contraportadas. Que la rueda de la fortuna casi siempre apunte mal, excepto cuando nos apunta a nosotros mismos, no implica que no pueda hacerlo con solvencia y rectitud, como es el caso. Lo importante es participar.
En este enlace disponen en cualquier caso de las inexcusables referencias bibliográficas.]
Ya en los títulos podemos apreciar ya la perspectiva “extrañada” del autor quien convoca los lugares del hielo para darnos una imagen renovada y cálida del mundo, pero no ajena nunca a su crueldad, ni a su belleza.
Los siguientes fragmentos de algunos de sus poemas explicarán, mucho mejor que yo, lo que hemos querido decir:
Y ahora lo has comprendido, cuando después de verlo
después de hablar con él
del álgebra implacable de los días,
te ha abierto las dos hojas de las puertas del sueño:
Cualquier isla es su tumba cuando llueve,
cuando la lluvia pone su máscara piadosa
en la grisalla dura del invierno en el mar.
De "Hijo de Anquises", (Las sílabas del tiempo)
Y la tierra os ha dado no tan solo un reposo:
os da una dignidad que en vida no tuvisteis,
la dignidad del muerto en un bosque extranjero.
Porque para la muerte todo suelo es extraño
y un hombre es extranjero en cualquier cementerio
que visiten sus ojos pensativos.
Un hombre es extranjero en cualquier cementerio en que repose.
De "Cementerio Alemán", (Las silabas del tiempo)
Lo he visto cuando suena la campana en la espiga
y llueve sobre el mar la luz azul de mayo.
Donde gimen su duelo las hondas caracolas
y en un bosque de alisos que atraviesa un arroyo,
en la convalecencia quebrada de las rosas,
allí, en la antigua patria de la infancia, lo he visto.
....
Hay una luz de eclipse sobre el mundo,
la imprecisa torpeza con que nos hiere incierto
el arquero del tiempo,
esa inhábil ceguera de arquitecto de escombros
que despliega el recuerdo.
De El Reino de los Hielos.
He aquí un compromiso frente a las afrentas de la vida a las que se resiste desde los países fríos y extranjeros por razón de la belleza.
viernes, 25 de septiembre de 2009
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