lunes, 12 de octubre de 2009

Pushkin

Mañana ha muerto Pushkin (leer aquí).


No era sólo un poeta brillante, un elegido de los dioses, encarnaba el alma misma de Rusia, y por eso vino a morir sobre la nieve, en un trágico duelo al que asistió la corte de Nicolas I como quien asiste a un divertimento galante. Probablemente la pistola con la que disparó estaba manipulada, pero él ya había anticipado su muerte en la escena del duelo de “Eugenio Oneguin” como todos los poetas verdaderos. Dicen que 50.000 personas pasaron por delante de su cadáver y que hubieron de enterrarlo secretamente por temor de que se avivaran las sofocadas reivindicaciones de los decembristas, a los que Pushkin había encendido con su fuego lírico, pero ninguno de estos 50.000 cortesanos acudió aquella tarde de febrero para evitar la tragedia del disparo en los hielos.

La villa residencial de Tsárkoye Seló a las afuera de San Petersburgo fue bautizada en su honor con el nombre de Pushkin, allí estaba el Liceo Imperial donde escribió sus primeros poemas y a mí siempre me ha gustado este poema de Aquilino Duque, gran traductor de Ossip Mandesltam, cuando apareció en Clarín y, más recientemente, en su último libro de poesía “Entreluces”, publicado en Renacimiento (2009).

PRIMAVERA EN GRINZING

Los castaños en flor, las franjas amarillas
y negras de aduanas, Jugendstil de estaciones.
Pasan y pasan escuadrillas
de inofensivos aviones,
de golondrinas, de vencejos.
Va el tranvía a lo largo del canal.
Aguas de plata antigua y oros viejos
y en los árboles globos de cristal.
Washington y sus flores de cerezo.
No tenga, primavera, tu reino nunca fin.
La lluvia de oro del codeso
bajo los tilos de Berlín.
Los cerezos en flor, las tulipas de cera
¿Con las nieves de antaño que pasó?
¿Habrá llegado ya la primavera
a Tsárkoye Seló?

Aquilino Duque.

(Actualización de EL LECTOR DE ALMANAQUES)

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