Busco una puntilla para colgar un espejo. He hundido mis manos en la caja de herramientas y revuelvo las aristas herrumbrosas -tornillos, alcayatas, tuercas…- hasta dar con el clavo del tamaño apropiado. Al tocarlo deja un rastro áspero y frío en los dedos, igual que una larva de óxido y metal. Levanto el martillo y acaricio la maza, es fría y pesa. Golpeo: con un solo impacto se hunde toda la punta en la encarnadura de la pared mientras cae un montoncillo de yeso y de pintura. Cuelgo el espejo que en seguida se desploma y hace añicos. Recojo los restos de cristal y escayola. El clavo no está. Del paramento descascarillado extraigo con las uñas una astilla de hueso amarilla y traslúcida, parecida a una espina.
Mi mirada yace rota en el suelo.
miércoles, 17 de febrero de 2010
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1 comentario:
Curioso planteamiento estético sobre la cuaresma.
Efectivamente una grata sorpresa para los días de espera...
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