El suicida en el balcón -¿cuándo emparedaron la última salida de emergencia?-. El negro apostado en el semáforo al sol -el agua del mar en las heridas, el vómito y el frío en la patera ¿qué indiferencia es peor?-. La mujer de la esquina y el neón -¿cuántas piedras libres de pecado te arrojan los cerdos cada noche?-. El anciano abandonado en el asilo -¿todavía tienes en los labios los millares de besos que diste a tus hijos?-. El joven adicto a los placeres -¿qué pastilla te voló el cerebro?-. El insomne parado padre de familia -¿en qué pesadilla te empleaste anoche?-. El enfermo, el preso, el empleado dócil -¿de qué tenéis miedo?-. Los niños desangrados en el vientre -¿y cuál es vuestro nombre en vuestro nunca?-. Pero también el banquero, el ministro, el sacerdote, cuando se arrancan la máscara y se miran en el transparente espejo de la condición humana.
Este es el retablo donde rezo.
Y todo lo demás, idolatría.
lunes, 15 de marzo de 2010
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6 comentarios:
Un texto predcioso, poesía y oración.
Me gusta muchísimo, esta serie empezó muy bien y sólo sabe ir a más.
Te felicito.
José María, toda esta serie es para un libro.
Hay que ir buscando un editor, y manos a la obra.
Un abrazo.
De acuerdo con Ramón Simón. Muy buena.
Un retablo muy parecido al Jardín de las Delicias del Bosco, que tan bien representa al alma humana.
Aunque luego uno contempla el del Hospital de La Caridad y le recuerda, acompañado de las pinturas de Valdés Leal, el destino y la finitud.
Grande, J.M. Muy grande.
Gracias, Jesús.
Gracias, Olga.
Gracias, Ramón.
Gracias, Alelo.
Gracias, Lorenzo.
También estáis en mi retablo.
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