viernes, 9 de julio de 2010

Mundial

En una esquina de la Plaza de la Santa Croce de Florencia, donde aún se juega al calcio, hay una estatua de Dante de una terribilitá sobrecogedora. Yo soy culpable de la frivolidad de hacerle lanzar un corner. Esto sé que lo pagaré como es debido en algún círculo del Infierno, redondo como un balón de fútbol y aprisionado por los tentáculos de Paul mientras rugen, como trompetas del Apocalipsis, legiones de vuvuzelas.

Lo dije aquí.

30 de Julio, Final del primer Campeonato Mundial de Fútbol.

Surge, rauda, la esfera y -magnética- rueda por el césped estrellado del sistema solar como un meteorito desbocado en la ruleta pintada del círculo central, rebota en las piedras sangrientas de los frontones mayas y los príncipes nipones la detienen en el aire igual que un plato chino sobre el blanco graderío de la Santa Croce. Dante Alighieri saca de esquina hacia una multitud británica, embravecida por la imprecisión de la cerveza y la médula de los reglamentos. Y el gol, de repente, estalla como una granada en la trinchera contraria, dispara un rugido universal sobre la copa dorada de los transistores, colmada por el clamor isócrono de las ondas: una patada ha detonado al Planeta Tierra y hay que confirmar la convulsión radiofónica en la repetición hipnotizada de los televisores.


Este texto me resulta un tanto extravagante porque mi carrera futbolística, como ya comentamos, acabó pronto:

Cuaresma (día 11)

Tienes doce años. Estás solo en el patio. Los profesores y los niños se han marchado. Se burlaban de ti. No esperas a nadie y tampoco a ti nadie te espera. Das patadas de rabia a aquel balón que motivó las risas. El cielo es blanco, inmenso y triste, igual que una mortaja cortada de las nubes. Ahora sabes que aquello era preciso para andar en comercio con el mundo, pero no había nadie en aquel patio, estabas solo, sin coraza, sin ninguna explicación bajo la lluvia. De un balonazo rompes el velo de cristal de una vidriera y te marchas a casa taciturno. Allí te quieren. Pero sigues todavía en el colegio.

La soledad ha sido blanca desde entonces.



Pero la alegría ahora mismo es rojigualda, esto de las banderas hay a quien le produce urticaria, por eso de que la cabra -dicen- tira al monte, bueno, de momento que tire a puerta y luego ya se verá.

¡Viva España!

3 comentarios:

Al norte de los nortes dijo...

Lo màs que podemos ser Homero; y lo que importa es Villa.

Un saludo desde Paris

(imposible escribir bien con estos teclados franceses}

José Miguel Ridao dijo...

Narraste el gol de Puyol. Cambia a Xavi por Dante Alighieri, que, por cierto, tiene nombre de futbolista. Sólo falta el pulpo.

Un abrazo antinaranjado.

José María JURADO dijo...

José Miguel, el que hat que narrar ahora es el golazado de Iniesta, ¡campeones!

Al norte: esa es la realidad, y me alegro de que recuerdes lo que comentamos. A lo más que podría aspirar un poeta sería a ser Homero, y ni Homero podría nunca esperar de sus congéneres un reconocimiento equivalente al futbolístico.


Pero a Homero esos reconocimientos no le importan, porque se mueve en las altas esferas (que no balones) del espíritu.

 
/* Use this with templates/template-twocol.html */