Las imágenes han de guardar cierta coherencia y consistencia interna, no es válida la relación azarosa de palabras a la que sucumben muchos poetas que generan tiradas y tiradas de absurdas combinaciones. En una imagen verdadera, incluso cuando la asociación está fuera de la lógica, existe un elan que anima internamente el poema, y por eso podemos admirarnos de que Gimferrer, por ejemplo, nos diga de Venecia que allí “tiene el mar su mecánica como el amor sus símbolos” y, en cambio, nos sintamos perdidos y defraudados en los laberintos verbales de su reciente “Rapsodia”.
[Fragmento de "Un Templo en el Oído", en construcción]
lunes, 28 de febrero de 2011
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