lunes, 9 de mayo de 2011

APOTHEKE

En Viena, en el número veintitrés de la Kettenbrückengaße, no lejos de la casa donde Schubert vivió sus últimos días al cuidado de un hermano, existe una farmacia, (en alemán, Apotheke). Si, ahora, en mitad de la noche Franz bajara, envuelto en un abrigo desastrado, a tientas por la húmeda escalera y llamara, sí, llamara, en las manos la receta temblorosa -Zitromax, una pastilla única, 500mg, que acompañar con agua, antibiótico que quita los pecados del mundo- la enfermedad se borraría de su cuerpo como se aparta la nieve de las lentes. Pero Franz Peter Schubert no ha bajado y un débil organillo suena lejos, perdido entre la niebla.

En París, en el número siete de la rue du Marché Saint-Honoré hay una Pharmacie. Muy cerca, en el número doce de la Place Vendôme, sobre la tienda de joyas de Chaumet- oro, zafiro, diamantes engastados- se inclina Frederic Chopin sobre el piano. Tiemblan y brillan las notas melancólicas, pero hacia el suelo ruedan rubíes de Polonia, manchas de sangre en el teclado. Una sola tableta de Augmentine -comprimidos recubiertos con película, más brillantes que el sol de Valldemosa- bastaría para insuflar en sus pulmones el oxígeno. Pero nadie se acerca a la farmacia y la salvaje noche degüella las partituras.

Junto al Rhin, en Edenich, un suburbio de Bonn, habita Robert Schumann. El paseo diario lo extravía hacia el río, la serpiente de fría mordedura donde la ondina sepulta a los barqueros. Pero si en lugar de dirigirse a la orilla condujera sus pasos hacia la Burg Apotheke, en el número uno de la Euskirchner Straße y comprara Anafranil -grageas de 25 mg o una ampolla inyectable capaces de abolir la tristeza romántica- no se hundiría el cisne bajo el hielo perpetuo de los patinadores.

Y yo, mientras, aguardo en la farmacia ¿o era la tabaquería?, sobre el mostrador, leyendo y repartiendo a veces, como quien da caramelos, Augmentine, Zitromax, Anafranil a niños caprichosos con anginas y enuresis. Pero ninguno trae la música que da la vida eterna y esta ironía me enoja y me hastía  tanta vulgaridad.
 
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