Ahora que Alma otra vez te ha mentido y una góndola navega en los adagios con el pálido ritmo de una llama oscilante voy a apagar la luz para que venga la noche. Ojalá que las sombras que te nublen los ojos los mantengan sellados más allá de la muerte y te impidan oír el silencio completo de los niños perdidos en el bosque, cuando una estrella solitaria y fría alumbra el cuchillo de los carniceros. En los timbales ya brama la Gran Berta y en los oboes silban, disonantes y agudos, los trenes pavorosos de Hamelin. Se ha cumplido el tiempo que anunciabas y removemos máscaras y escombros en los vastos océanos de tu música -marchas militares, organillos rotos, muebles Jugendstil- para beber el bálsamo que alivia las heridas siniestras de esta hora. Tenaz e infatigable, siempre alzado en el podio, como un sacerdote de una religión nueva revelabas la grandeza hebrea del Imperio –oro y bronce verde, Jesucristo y Moisés-. Mas no hemos renunciado al baile de disfraces y el Gran Salón de Europa -lo sabíamos, ¿verdad que lo sabíamos?- aguarda revestido de rojo y de metralla.
Ahora que Alma otra vez te ha mentido voy a abrir las ventanas para cerrar tus oídos con el ruido perpetuo.
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