viernes, 30 de diciembre de 2011

El árbol de la vida



He ido a ver tres veces “El árbol de la vida” y las tres he salido conmocionado de la sala. Como en una sinfonía de Mahler o Bruckner o más aún, porque las contiene y supera, Terrence Malick ha construido una catedral visual que constituye una revelación teológica y telelógica del Universo, casi un libro sagrado, si no más, en el que la visión cósmica –trágica y sublime- y la mirada humana –compasiva y delicada- convocan y explican, de forma prodigiosa y aún incomprensible, como en un tímpano románico, la Historia de la Salvación.

Cuando los hermanos Lumière, prestidigitadores de la luz, hicieron correr su tren de sombras chinescas en las ferias y salones de París ignoraban que su invento estaba predestinado no (o no sólo) a las epopeyas de John Ford sobre el erizado paisaje de Monumental Valley o a la desasosegante plata quemada del cine negro, ni siquiera a los luminosos y angustiosos artificios de Dreyer o de Bergman, no. Ese tren apuntaba a una sola estación, a una sola película: “El Árbol de la Vida”.

¿Por quién doblan las campanas? Están doblando por ti, repetía el gran poeta metafísico inglés John Donne a través del eco poderoso de Hemingway. ¿De qué trata esta película? Esta película habla de ti. A partir de la historia de una familia americana de los años cincuenta, en el dorado resplandor del sueño americano, conocemos, como en la Biblia, la Ilíada o la Eneida, el catálogo de las emociones y las perversiones humanas, su frágil, pero tenaz condición. El viejo Tolstoi decía que las familias felices se parecen unas a otras, pero que cada familia desgraciada lo es a su manera, sin embargo esta frase es más hábil que real, porque lo cierto es que cada familia es desgraciada y feliz de forma única y, por ello y sin contradicción, de forma idéntica. Un hombre es todos los hombres (Borges) y cada familia, sagrada.

Estéticamente la película arranca en el lugar exacto donde Kubrik dejó abierta la interrogación airada de su monolito, con el embrión de un superhombre vagando en el espacio sin fin (ambas producciones comparten director de prodigios, quiero decir fotografía). Malick ha trasplantado este embrión astral a la historia real, la tuya, la mía, y allí donde la semilla nietzscheana resurgía triunfante -pero sin más fin que el mero triunfo frente a la salvaje máquina, el camino final de la naturaleza- ha nacido un árbol nuevo cuya copa altísima apunta a la Gracia, el Amor, la Clemencia.


Cuando André Malraux decía de forma clarividente a que el siglo XXI sería religioso o no sería, se refería precisamente a esto. Fuera del olor a cerrado de las  sacristías, más allá de los decorados plastificados de la New Age, al margen de las consignas filosóficas utilitaristas o sociales, el “Árbol de la Vida” es una forma, más alta, más nueva, más viva, de Arte Sacro, acaso el único arte posible (Steiner), es un “más” que exige, que demanda, una voluntad de cambio, un paradigma nuevo para una existencia purificada y purificadora, esencialmente humana y, por ello, divina.

Terrence Malick ha bajado del Monte Sinaí con las nuevas tablas de la Ley, hechas de luz en suspensión, y la generosa radicalidad de su propuesta se nos aparece con la brillantez y la inocencia de una vidriera gótica o un fresco del Quattrocento.

Ojalá que algo de esta pureza llegue al corazón de los espectadores y que el árbol de la vida, el río de la vida, resuene con un murmullo que silencie la  estridente carcajada del becerro de oro y su legión de adoradores.

4 comentarios:

Abu Saif al-Andalusi dijo...

Gran entrada y pleno acuerdo sobre esta gran película.
Mi aportación sobre este particular se puede leer aquí: http://elbaluartedeoccidente.blogspot.com/2011/09/el-arbol-de-la-vida-de-terrence-malick.html
Gracias
Abu

José María JURADO dijo...

Gracias, Abu.

La coincidencia es doble.

Feliz entrada de año.

carlos blay dijo...

Comulgo con tu impresión sobre esta obra de arte inmensa, excesiva, claroscura... como la Vida.
Gracias por poner palabras tan exactas a la intensa emoción que me provocó.
Abrazos.

José María JURADO dijo...

Gracias a ti por pasarte por aquí, Carlos.

 
/* Use this with templates/template-twocol.html */