El menaje de los
deportistas se ha complicado mucho. Antes, para correr, no eran necesarias ni
las zapatillas; raro es ahora el atleta que no irrumpe en la pista con una
enorme bolsa llena de cachivaches que van mucho más allá de la equipación
reglamentaria: las gafas tintadas, el i-phone, los auriculares de diseño, los
protectores surtidos, las toallas y toallitas, los relojes, las cremas, los
champuses, las cintas tropicales de colores, los amuletos y los accesorios de
los amuletos, la bandera nacional y la del país de acogida, la de algún
organismo internacional y la autonómica si procede, que suele proceder. Nunca,
por cierto, un libro, claro que tampoco daría tiempo a leer una página en lo
que dura la prueba de los 100 metros lisos, a lo más, un soneto, eso sí, no
demasiado largo. Hay quienes, incluso, se llevan cosas de la pista, como las
urracas, no sé: la red de una canasta, el testigo de los 4x100, una valla del
salto de obstáculos, los aros olímpicos y aun la antorcha si pudieran... Medallas, por cierto, pocas. En fin cosas
todas, como se ve, muy decorativas y prácticas para la vida ordinaria. Total,
¡que no cabrá en un zurrón de marca!
En conjunto, el
banquillo de un equipo se asemeja a un mercado de saldo, solo que más disperso
y sin precios marcados, estos ya lo ponen grandes superficies del ramo, esas
galerías de los horrores consagradas a la decadencia de Occidente. La costumbre la copia el personal, claro. Cuando
voy a la piscina de paisano veo cómo llega la gente a eso de las cinco y empieza a
sacar los bibelots de su morral. Apenas les da tiempo a darse un chapuzón
mientras van pasando lista y reordenando sus cacharros, entretenidos como los niños chicos, y así echan la tarde.
Pienso que en
beneficio de la humanidad los entrenadores deberían frenar esta tendencia al
revoltijo, que resta concentración a todos. Cada atleta debería ir acompañado
de su respectivo mozo de espadas, encargado del ajuar. Y, para que nada falte,
podrían prestar también el solemne juramento olímpico en la ceremonia inaugural, tan kitsch como los enseres que custodiarían. Para que nada falte en el macuto,
digo.
El verano por Arcimboldo.
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