jueves, 6 de diciembre de 2012

Madrid Arena

Era la noche que nuestros abuelos consagraron a la memoria de los santos, cuando la llama temblorosa de los cirios aguardaba a la aurora en el altar como una bandada de colibríes ateridos, Santa Virgen de las vírgenes, ruega por nosotros. Era la mañana que nuestros padres ofrecieron a la memoria de los fieles difuntos, cuando la niebla del otoño trenzaba coronas funerarias con la deshilachada madeja del incienso sobre el mármol congelado de las tumbas, de profundis clamavi ad te, Domine. Y aunque Rimbaud escribía “Las primeras comuniones”, en el corazón de las muchachas núbiles aún ardían confundidas las olorosas ascuas de la palma judaica del martirio y la lanza sagrada de Ivanhoe. Entonces rugió el jaguar. No lo vimos llegar, sigiloso y elástico en mitad de la fiesta, porque ya nadie vigilaba los oscuros linderos de los bosques, pero lo habíamos llamado, ¡ah las remotas leyendas, las absurdas supersticiones de los cuentos de hadas! Ved al jaguar loco en el centro de la pista, las zarpas como sierras, los colmillos azules enfangados de sangre. Adornados con las verdes cintas del príncipe de Hamelín los homúnculos celtas colocan los cuerpos exangües en el carromato, alumbrado por tétricas lámparas de calabaza. Las ruedas chirriantes se pierden en las sombras de la noche, la noche que nuestros abuelos consagraron a la memoria de los santos. 

 

2 comentarios:

Hutch dijo...

Muy buen texto. Saludos.

José María JURADO dijo...

Muchas gracias, amigos.

 
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