domingo, 20 de enero de 2013

Lincoln



Esta tarde he ido a ver Lincoln, la película de Spielberg. No es un film complaciente, se distancia de la épica almibarada y manierista que cabría suponer a priori. Es una película teatral cuya fuerza reside, a partes iguales, en la sobrecogedora transmutación de  Daniel Day-Lewis, que encarna a Lincoln en el más amplio sentido de la palabra "encarnar", y en un guión de raíz shakesperiana como acertadamente ha señalado la crítica. La película es curiosamente deudora, con la distancia histórica de más de un siglo, de los mejores momentos políticos de "El Ala Oeste", pues casi toda la trama discurre en la Casa Blanca, centro del poder y la tragedia. Spielberg ha asumido la titánica tarea de arrastar el gran cine clásico hasta el siglo XXI. En Lincoln está el western homérico de John Ford, el esplendor de David Lean, pero, sobre todo, la fúnebre profundidad del John Houston de Dublineses concentrada en la figura del viejo Abe, oh Capitán mi Capitán, retratado en toda su profunda soledad y grandeza.

Rescato con tal motivo, este texto de "El lector de almanaques" y envío, de paso, mi felicitación a Obama, que hoy ha empezado su segundo mandato, pues al parecer en esta ocasión ha JURADO bien, cuestión esta no menor y que siempre agradecemos en la familia.



LINCOLN 
(El lector de almanaques)

Hablé contigo en el Oráculo de Washington, bajo el friso zodiacal de los Estados y sus potentes columnas, donde tu memoria se conserva para siempre. Me ofreciste tu chistera y el hacha del leñador para romper las cadenas de los negros -I have a dream-, de los negros que encienden hogueras en las esquinas del capitalismo, de los negros que juegan al basket en las canchas con perfume de crack o soplan trompetas de latón en los antros de Harlem. ¡Oh Capitán, mi Capitán! No fueron suficientes tus barbas patriarcales, viejo Abe, para liberar el músculo africano y por eso el teatro y la bala –sic semper tiranus-. Las tierras del algodón, las plantaciones de Georgia y de Alabama –Norma y Paraíso de los negros- son holladas por máquinas bursátiles, enormes cosechadoras industriales que vienen de Detroit como tanques de guerra. Gracias, Capitán, el intento fue noble, me voy, regreso a Dixie, con mi casaca gris y mi petaca, cabalgo con John Wayne al destierro con doce de los suyos, polvo sudor y hierro. Far away, lejos, muy lejos del Viejo Sur, de esta civilización rural de caballeros españoles y mansiones que el viento se ha llevado.


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