domingo, 21 de abril de 2013

Cónclave

Es la fascinación de lo sagrado: 
durante dos días los ojos del planeta,
hipnotizados por la Luz como polillas, 
escrutan la vetusta chimenea
que un palmo apenas se levanta 
sobre las tejas rojas
que custodian al Dios de Miguel Ángel. 

Imaginamos, porque no podemos verlo, 
arder el trigo blanco y la cizaña negra 
ante el Juicio Final solemnemente. 

(Bajo el techo Yahvé
ha separado el día de la noche.) 

Y así, de pronto, a borbotones, 
de la antigua fontana brota el humo
igual que una columna en el desierto
o la señal que anuncia en las tragedias de Esquilo
la llegada del héroe. 

Hogueras y campanas: 
en el frío balcón de la basílica
hay un hombre de blanco que asusta a las gaviotas
mientras rugen las masas como en el Circo Máximo. 

Desvelado el misterio, 
apagada la plaza y los televisores, 
los ojos soñolientos del planeta cambiarán de canal 
con el mismo cansancio que en la mañana de Año Nuevo 
miramos declinar el sol de Austria.

Aún la humareda
flotará un poco más por la Ciudad y el Mundo
como una bandada de palomas
y, con la sencillez de los primeros cristianos, 
-que será también la de los últimos- 
la tarde morirá crucificada. 

2 comentarios:

L.C. dijo...

Como si estuviéramos allí.

Enhorabuena.

José María JURADO dijo...

Gracias, Lorenzo.

 
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