lunes, 16 de septiembre de 2013

Sevilla-Sanlúcar-Mar (III)

-¿Van ustedes a los toros? 

Todos asintieron con la cabeza y con un ademán amistoso lo invitaron a ocupar un lugar entre ellos al tiempo que le ofrecían una copa de anís, que amablemente rechazó a cambio de un agua de Vichy. Tras apurar su vaso quiso presentarse, pero en el bullicio de la tertulia, su voz grave y profunda desaparecía bajo el atiplado murmullo de los exabruptos y las exaltaciones comunes, por lo que se limitó a agitar indolentemente el bastón como un director de orquesta que marcara el compás de una melodía archisabida.

Aunque la mayor parte del pasaje había sacado el billete redondo para solazarse en la playa, la corrida anunciada aquella tarde en Sanlúcar había congregado a bordo a numerosos aficionados que hacían el viaje de ida y vuelta para rendir homenaje al viejo Arjona, que se despedía de los ruedos -en los que había llegado a ser nada menos que banderillero en la cuadrilla del llorado Joselito- y, sobre todo, para asistir a la presentación en Andalucía de Álvaro Gracia, Alvarito, novillero del que se hacían lenguas los revisteros de Madrid. 

Cuando la conversación discurría fatalmente sobre el incierto futuro de la fiesta y la presunta cobardía de Belmonte de quien no había noticias un año después de su retirada, el hombre de blanco señaló el cielo con el bastón: un águila culebrera levantaba una serpiente de más de una vara de larga que se agitaba espasmódicamente en el aire bajo las rectas alas de la rapaz, como si se enrollara en un imaginado caduceo que el dueño bajara al tiempo que tomaba la palabra:

-Yo estuve en Talavera. 

Se produjo un intervalo de silencio interminable en el que se desvaneció el griterío de los niños y el trepidar del vapor. El águila desapareció tras la vegetación palustre que acechaba la inclinada arboladura de una falúa, blanca como una osamenta, encallada en los bajíos del Guadaira cuyas aguas llegaban revueltas y oscuras después de regar las huertas de los Bermejales.[1] 

[¿Desembocará...?]

[1]Precisamente en el arcón de un piso abandonado por la especulación inmobiliaria en la Avenida de Grecia, en el actual barrio de los Bermejales de Sevilla, y casi un siglo después de los hechos referidos, se encontró, junto con el folleto de los horarios de la línea de vapores Sevilla-Sanlúcar-Mar -correspondientes al año 1923- y una entrada de toros sin cortar de la Plaza de Toros de Sanlúcar de Barrameda de la temporada del mismo año, el mecanoscrito que, libre de erratas, entregamos ahora al curioso lector (N. del E.)

Emilio Sánchez Perrier: Ribera del Guadaira.

Tango.Albéniz.

2 comentarios:

Anónimo dijo...

Me gusta mucho la prosa. El primer cuadro me recordaba a las evocciones de Azorín. Ahora va pareciendo más el arranque de una novela de Blasco Ibáñez. ¿Tienes algo en mente? En cualquier caso enhorabuena.

José María JURADO dijo...

Gracias, Carlos, qué dos buenas referencias. A mí me gustaría que tuviera resonancias de Isaak Babel y de Hemingway, pero se me va el pincel y, como a todos los biznietos de la EGB, nos sale la veta azoriniana. A una novela no creo que lleguemos, con que no se hunda el barco me doy por satisfecho. Muchas gracias, sabes que valoro muchísimo tu opinión y es un aliciente par seguir.

 
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