lunes, 3 de febrero de 2014

Bombones de Viena

Era la clase de muchacha a la que uno hubiera llevado a patinar al Stadtpark. ¿Por qué estaba en la casa? Grandes rizos negros, como ramas de sauce colmadas, caían sobre sus hombros blancos y altivos. No era como las otras. No había en ella la mueca estridente y pintarrajeada de la muñeca rota, ni exhalaba el perfume carnoso de las orquídeas podridas. La pianola taladraba las paredes tapizadas de raso y el Bello Danubio Azul amenazaba con inundar la habitación, arrastrado por la trepidante locomotora de las teclas.

-¿Bailamos?

Por un momento pensó en Hermine, a la que hacía apenas una hora había despedido en el recibidor de la planta noble de su mansión de la Ringstrasse como todos los domingos. La bella y voluptuosa Hermine cuya larga cabellera rubia iba enhebrando miradas como la estela de un cometa cuando patinaban juntos. Hermine, un gatito que se ovillaba con cada golosina que recibía,  tan fría como caprichosa.

-¿También a ti te doy miedo?

Un perfume de violetas umbrías inundaba la estancia. En algún lugar del corazón algo había sellado una compuerta. A lo lejos, pero no sabría decir dónde, unos amantes huían a caballo por un bosque en penumbra como en un cuento de los hermanos Grimm.

-Yo tampoco soy la muchacha que buscas, anda, corre las cortinas.

A lo lejos, el tejado y la aguja de la Catedral de San Esteban se veían cubiertas por un manto de armiño. Nevaba. Nevaba como nieva siempre que miramos esta vieja etiqueta de un frasco de colonia o la caja antigua de latón, quizá de bombones o de galletas danesas, donde unos patinadores de hace un siglo se deslizan tristes y fugaces.

Viena, 1908, patinaje en Heumarkt

2 comentarios:

Fernando Moral dijo...

Vaya. Qué bella historia has entresacado de un material tan poco noble como el latón.

Un abrazo.

José María JURADO dijo...

El material con el que se fabrican los sueños de domingo. Abrazos. Muchas gracias, Fernando.

 
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