domingo, 16 de febrero de 2014

Mars Attacks!

El platillo volante, que no era mayor que la pila de un lavabo, se había materializado en el centro de mi biblioteca. Tras un breve pero estridente zumbido se abrieron dos compuertas y una escalera telescópica se desplegó hasta el suelo. Un segundo después descendía por ella un diminuto alienígena con la acostumbrada testuz dolicocéfala, los ojos almendrados y saltones y la piel verdosa por añadidura. Se llegó hasta mi sitio. Entre los dedos largos y viscosos traía un pen drive que dejó sobre la mesa antes de iniciar su parlamento:

-Hay que reconocer que esto del USB os ha salido bien, pero de lo demás mejor ni hablamos, no hay forma de poneros de acuerdo, esta noche destruiremos vuestro planeta y vuestra civilización, por llamarla de algún modo, se perderá en el tiempo como lágrimas en la lluvia, etc., ya sabes de lo que te hablo que para eso eres un poeta culturalista.

Lo que me estaba sucediendo era tan inconcebiblemente kitsch que no albergué ninguna duda sobre su verosimilitud, ni me engañaban ni los sentidos ni me engañaba la droga con la que habitualmente me consuelo de mi bohemio spleen. Al parecer habían contactado conmigo, por indicación de sus jefes, para que les preparara un resumen de 4GB sobre la Historia de la Cultura que incorporarían a su gran archivo interestelar.

-Bueno, majo, volvemos en dos horas y ya sabes, nada de anatomía ni de ADN, ni de disquitos dorados como los de vuestras sondas de pacotilla, que de eso sabemos más que tú. Películas, queremos películas, musicales, a ser posible y del Oeste. Ah y déjate de poesías o música sinfónica, que ya nos conocemos. De esto no se tiene que enterar nadie, tú cumple tu parte del trato y ayúdanos a completar la misión que nosotros cumpliremos la nuestra.

No me quedó claro el beneficio que podría yo sacar de esto ante la inminente destrucción de la Tierra, pero hay que reconocer que los marcianos (por entendernos) eran unos tipos simpáticos y me puse manos a la obra, comprometido con la grave tarea de preservar la dignidad de nuestra especie.

Sospechosamente no funcionaba internet y en el disco duro de mi portátil el género no se correspondía con la demanda que tan específicamente me habían encargado. Entonces me acordé del lote de películas de Pedro Almodóvar que había saldado EL PAÍS y que equilibraban una de las repisas de mi sección de clásicos grecolatinos.


Acabé pronto. El resto de la tarde, después de que recogieron lo suyo, la pasé leyendo a Homero y aguardando el apocalipsis que finalmente llegó en forma de magnífica explosión nuclear. Ignoro si este resto de pensamiento que se mece en el éter era la parte del pacto que me correspondía, pero confío en que no. No temo tanto la venganza de los marcianos como el sufrimiento al que podría someterme mi conciencia en caso de que la recuperase. Después de todo, ¿no decía Nabokov que nuestra existencia no es más que un cortocircuito de luz entre dos eternidades de oscuridad? Y además, si ya a casi nadie le interesaban ni el Partenón ni las películas de John Ford, ¿no es cierto?




Encuentros en la Tercera Fase

2 comentarios:

Jesús Cotta Lobato dijo...

Deberías haber incluido en esa sección de cultura para marcianos el cine español del destape. Un abrazo.

José María JURADO dijo...

Bueno, eso es más divertido que Almodóvar. Gracias, Jesús.

 
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