domingo, 12 de junio de 2016

Verano del 42

He traído las begonias al balcón. Son tres, cada una de un color. Una tiene las flores rosas con una cenefa blanca como de encaje en el borde de los pétalos. Otra hace gala de unas corolas rojas y turgentes, tiene el fulgor de los trajes de Valentino. La tercera es amarilla casi blanca, pero abre su cancán plisado igual que las magnolias, estrecha la cintura, verde y ácida. Parecen listas para abrir el baile de la ópera. La mata de verbena también ha florecido, prendió en el jarrillo de latón y, tras unas semanas de duda, ahora las pequeñas flores violetas levantan con timidez sus ramitos de luz morada bajo la barba rizada y venerable del helecho. Una brisa fresca anuncia la mañana del sábado. Enciendo la televisión. Aún no ha empezado el concierto. Yo antes lloraba mucho escuchando a Beethoven, pero hoy he me ha gustado más la música de Mozart, más acorde a mi temperamento de estos meses, adulterado dulcemente por la química. Miro otra vez las flores. Conozco su tristeza. Sube en seguida el calor y el ruido de la calle y en el pasillo escucho las voces claras de las niñas recién levantadas. Pronto cumpliré cuarenta y dos años. En las novelas rusas esta es ya una edad provecta cargada de nieve y de resignada desolación. En nuestros días los usos  y costumbres han desterrado el  final de la juventud. La ciencia y el progreso, se afirma con aliviado convencimiento, han alargado la vida; pero yo creo más en las novelas rusas que en la ciencia y me he dado a la aprensión y a las melancolías. Acaso terminó la primavera. Yo sé que alguna tarde aún los cielos habrán de imponerme el Toisón de Oro y temblará mi mano cuando vuelva a ceñir el cetro de las rosas del mundo. Mientras, preparo mi café descafeinado. Hay una silla de enea en la cocina, junto a la puerta que se asoma al campo, allí me he de sentar alguna vez para admirar las mieses, su dorado fulgor antes de julio.  Ya hierve el agua. Una cucharada primero, luego otra. Regreso a mi balcón y a mis macetas. También la ancianidad tiene su infancia y puede que también su adolescencia. Primero una pastilla, luego, otra. Y Mozart otra vez en mis oídos.
Grecia 33, Sevilla, 11 de junio de 2016 (JMJ)


Mozart, "Gran Partita",  Adagio, Sir Neville Marriner and the Academy of Saint Martin in the fields

5 comentarios:

planseldon dijo...

¿Viva Rusia! querido JMJ.

Yo también me siento un cuarentón de los de antes... et Deo gratias!

Por estos campos de la tierra mía,
bordados de olivares polvorientos,
voy caminando solo,
triste, cansado, pensativo y viejo.

(Antonio Machado, 37 años)

planseldon dijo...

Precioso texto, por cierto.

José María JURADO dijo...

Juventud divino tesoro...

¡Viva la Santa Rusia siempre!

Gracias, Plansel.

¿Llegaron a buen puerto esos gusanos?

Deo gratias, efectivamente.

planseldon dijo...

Llegaron, llegaron, y los degusté plácidamente tomando un café en la Île Saint-Louis.

José María JURADO dijo...

Cuánto me alegro, y no por el libro, sino por tu café.

 
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