Publicaba Laura Freixas el otro día en el periódico El País el artículo titulado "¿Qué hacemos con Lolita?" en el que la autora se atrevía a revisar el mito de la nínfula de Nabokov desde la perspectiva del #metoo.
Antes de dar mi opinión al respecto dejen que las transcriba en forma de imagen la primera
de las páginas de este monumento de la Literatura Universal.
"Lolita", introducción V. Nabokov |
¿Qué hacemos ahora con Lolita?
Después de ese arranque maravillosamente alto y melodioso, con un eco de Poe y
de la trágica balada de la cárcel de Reading de Wilde -por cuanto es la
confesión de un condenado, de un depravado si lo prefieren-, cualquier persona
en sus cabales seguiría leyéndola hasta el final arrastrados por la prosa superior
de Nabokov para abundar en la condición humana, en sus pasiones y vilezas.
No obstante, y aun cuando la autora del
artículo no lo dice explícitamente así, el veredicto que hace caer sobra la obra del ruso no deja lugar a la duda, se trataría, desde la atalaya de esta ideología rampante de ARTE DEGENERADO.
Esto nos suena a casi todos, ¿verdad?
Como la terquedad de la belleza es implacable reconoce la
autora -que acaso no habrá leído la novela, porque esto siempre hay que sospecharlo
en las personas inmunes a la belleza-, que no pone en cuestión la calidad del
texto, lo cual –también les sonará- le recuerda a uno a las pretensiones de
quienes celebraron en 1937 en Múnich la exposición “Arte degnerado” o a la de
aquellos mismos iluminados que rebautizaron como “Museo de una raza extinta” el
museo judío de Praga.
Vaya que Freixas le "perdona la vida" a Nabokov.
"Lolita" fue una novela escandalosa desde su publicación para
todas las confesiones morales y religiosas del mundo, incluso la mía, así que lo que lo correcto hubiera sido que
la autora titulara más honestamente “¿Qué vamos a hacer otra vez con Lolita?”.
Provocador y
transgresor –y, claro está, también heteropatriarcal- fue o es también el "Ulises" de Joyce
[y cuánto nos regocija la honestidad intelectual de un conservador y
anglocatólico T. S. Eliot -el más alto poeta en inglés- quien luchó por liberarla de las garras de la
censura afirmando que “Considero que
‘Ulises’ es la expresión más importante que el tiempo presente ha encontrado”.]
Lo mismo cabe decir de "Lolita" y de todas aquellas obras que abren en canal el alma humana, su
naturaleza de sombras y luces, su perpetua contradicción.
El pensamiento rampante
propugna -otra vez- una visión dialéctica de la historia en que la lucha de
clases ha sido sucedida por una sublimación patriarcal que ignora la naturaleza
humana y se funda -otra vez- en la pureza moral y en la violencia (siempre la
violencia se manifiesta primero como intolerancia verbal, acoso y derribo en la
esfera pública ahora de dimensiones planetarias en los océanos sociales) como
medio de combate para alcanzar una utopía cósmica, como aquel paraíso
socialista que nunca llegó o aquel Reich de los tres mil años que llevaría a la
raza aria al final de los tiempos.
Pero el comunismo, nadie
lo ignora, quedó interrumpido y varado en la dictadura del proletariado –ese oxímoron-
y el nazismo descarriló en los trenes del espanto.
De esos fracasos del siglo
XX y particularmente del primero, se ha beneficiado la codicia neoliberal,
vampirizadora de cualquier germen de espíritu o alma y no albergamos dudas de
que no vacilará en hacerlo de nuevo, como ya ha empezado hacer en Hollywood. ¿En qué punto quedará interrumpido ahora
el tren de la historia y en este flujo de acción y reacción a qué cotas
retrocederá la barbarie humana aupada sobre este nuevo jacobismo que ha instalado
su guillotina en la plaza pública de Twitter?
La barretina frigia y el
pecho desnudo de la Marianne se alzan ahora como un león rampante contra el
patriarcado. Pero basta darse una vuelta por cualquier barrio obrero de
cualquier ciudad española un sábado por la noche para confirmar la distancia
sideral entre la anhelada ingeniería social y la evidencia de que ha sido la
ausencia y desprestigio de la cultura y la educación, la que va a seguir
abriendo la brecha no ya entre hombres y mujeres, sino entre la élite y los
esclavos felices.
En su artículo Laura
Freixas se permite el lujo de comparar dos cuadros de contextos y tiempos muy
distantes, por una lado “La Violación de
Lucrecia”, de Tiziano, que simbolizaría la mixtificación en la que habría
incurrido el arte occidental y por supuesto Nabokov , de otra parte los hechos
aberrantes y la desoladora verdad expuesta por Frida Kahlo en su cuadro
turbador “Algunos piquetitos”.
Como la ideología moral y
el imaginario estético están unidos y las obras de arte son hijas del espíritu
del tiempo, basta mirar ambos cuadros, que seguramente esta red social no me
dejará exhibir, pero que enlazo en mi blog, para que cada cual decida qué
modelo de educación para el espíritu preferimos.
La obra de Kahlo es buena,
pero nadie podría comer o dormir ante ella, esos dos actos viles y burgueses,
porque precisamente eso es lo que pretende, y esta es una de las falacias del
artículo, reducir la función moral del arte a la cualidad provocadora, obviando
los principios de armonía y belleza, que son los de Nabokov, tan denostables.
Condenemos a la flor.
Uno de los errores no
menores de este modelo de pensamiento rampante es que como se funda en el concepto
de género, se subroga la concesión del título habilitante para la transgresión,
y en una pirueta que no es nueva aplica una la ley del embudo basada en una sola cualidad, que es la carne. Es decir, los pingajos que nos cuelguen o que vayamos a decidir que
nos cuelguen, nos cuelguen o no. Pingajos estos, perdón, principios estos muy
alejados de toda humanidad. En esto no dejan de parecerse a aquellos orondos
cardenales del Renacimiento que manejaban una biblioteca privada y pinturas
suntuarias y sensuales para consumo propio. La inquisición siempre está por
encima del bien y del mal que para eso decide, con la ayuda de los directores
espirituales, qué puede leer la plebe.
Libros como “Lolita” nos
permiten estar alerta ante la banalización del mal, el gran concepto que nos
legó la filósofa Hanna Arendt, quien con más lucidez que nadie -y con legítima
condición de víctima- analizó el movimiento intelectual de las barbaries nazis
como un proceso que no nace de una maldad intrínseca sino de esa suspensión del
juicio por la que el ser humano no se para a discernir el fin de sus actos,
simplemente obedece el mandato de su tiempo o de sus jefes.
Si todos somos criminales, como ahora se dice, dejaremos de ver al criminal que es justamente lo que el criminal necesita para
perpetrar su crimen.
Lean “Lolita” y eviten incurrir
en la autocensura o en la corrección política porque los que dictan los cánones
de estos nuevos principios, no se los aplican a sí mismos, ya sea porque están
más alla del bien y del mal, o, más probablemente, porque a su pesar, son
humanos, demasiado humanos, por decirlo en las palabras del bigotudo Nietzsche, ese misógino.
¿Sobre quién caerá el
próximo anatema?
No lo sé con certeza, pero
me consta que ahora han venido a por Nabokov, pero, claro, ¡ay!, yo no soy Nabokov.
"La violación de Lucrecia", Tiziano |
"Algunos Piquetitos", Frida Kahlo |
2 comentarios:
Del talento poético, ya nos has dado muestras más que suficientes, pero esta entrada evidencia una agudeza y una expresión reflexivas poco comunes. ¡Enhorabuena!
Muchísimas gracias por tus palabras.
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