domingo, 25 de febrero de 2018

LOLITA entre el mito y el #metoo



Publicaba Laura Freixas el otro día en el periódico El País el artículo titulado "¿Qué hacemos con Lolita?" en el que la autora se atrevía a revisar el mito de la nínfula de Nabokov desde la perspectiva del #metoo.


Antes de dar mi opinión al respecto dejen que las transcriba en forma de imagen la primera de las páginas de este monumento de la Literatura Universal. 

"Lolita", introducción V. Nabokov

¿Qué hacemos ahora con Lolita? Después de ese arranque maravillosamente alto y melodioso, con un eco de Poe y de la trágica balada de la cárcel de Reading de Wilde -por cuanto es la confesión de un condenado, de un depravado si lo prefieren-, cualquier persona en sus cabales seguiría leyéndola hasta el final arrastrados por la prosa superior de Nabokov para abundar en la condición humana, en sus pasiones y vilezas.

No obstante, y aun cuando la autora del artículo no lo dice explícitamente así, el veredicto que hace caer sobra la obra del ruso no deja lugar a la duda, se trataría, desde la atalaya de esta ideología rampante de ARTE DEGENERADO.

Esto nos suena a casi todos, ¿verdad?

Como la terquedad de la belleza es implacable reconoce la autora -que acaso no habrá leído la novela, porque esto siempre hay que sospecharlo en las personas inmunes a la belleza-, que no pone en cuestión la calidad del texto, lo cual –también les sonará- le recuerda a uno a las pretensiones de quienes celebraron en 1937 en Múnich la exposición “Arte degnerado” o a la de aquellos mismos iluminados que rebautizaron como “Museo de una raza extinta” el museo judío de Praga. 

Vaya que Freixas le "perdona la vida" a Nabokov.

"Lolita" fue una novela escandalosa desde su publicación para todas las confesiones morales y religiosas del mundo, incluso la mía, así que lo que lo correcto hubiera sido que la autora titulara más honestamente “¿Qué vamos a hacer otra vez con Lolita?”.

Provocador y transgresor –y, claro está, también heteropatriarcal- fue o es también el "Ulises" de Joyce [y cuánto nos regocija la honestidad intelectual de un conservador y anglocatólico T. S. Eliot -el más alto poeta en inglés-  quien luchó por liberarla de las garras de la censura afirmando que “Considero que ‘Ulises’ es la expresión más importante que el tiempo presente ha encontrado”.]

Lo mismo cabe decir de "Lolita" y de todas aquellas obras que abren en canal el alma humana, su naturaleza de sombras y luces, su perpetua contradicción.

El pensamiento rampante propugna -otra vez- una visión dialéctica de la historia en que la lucha de clases ha sido sucedida por una sublimación patriarcal que ignora la naturaleza humana y se funda -otra vez- en la pureza moral y en la violencia (siempre la violencia se manifiesta primero como intolerancia verbal, acoso y derribo en la esfera pública ahora de dimensiones planetarias en los océanos sociales) como medio de combate para alcanzar una utopía cósmica, como aquel paraíso socialista que nunca llegó o aquel Reich de los tres mil años que llevaría a la raza aria al final de los tiempos.

Pero el comunismo, nadie lo ignora, quedó interrumpido y varado en la dictadura del proletariado –ese oxímoron- y el nazismo descarriló en los trenes del espanto.

De esos fracasos del siglo XX y particularmente del primero, se ha beneficiado la codicia neoliberal, vampirizadora de cualquier germen de espíritu o alma y no albergamos dudas de que no vacilará en hacerlo de nuevo, como ya ha empezado hacer en Hollywood. ¿En qué punto quedará interrumpido ahora el tren de la historia y en este flujo de acción y reacción a qué cotas retrocederá la barbarie humana aupada sobre este nuevo jacobismo que ha instalado su guillotina en la plaza pública de Twitter?

La barretina frigia y el pecho desnudo de la Marianne se alzan ahora como un león rampante contra el patriarcado. Pero basta darse una vuelta por cualquier barrio obrero de cualquier ciudad española un sábado por la noche para confirmar la distancia sideral entre la anhelada ingeniería social y la evidencia de que ha sido la ausencia y desprestigio de la cultura y la educación, la que va a seguir abriendo la brecha no ya entre hombres y mujeres, sino entre la élite y los esclavos felices.

En su artículo Laura Freixas se permite el lujo de comparar dos cuadros de contextos y tiempos muy distantes,  por una lado “La Violación de Lucrecia”, de Tiziano, que simbolizaría la mixtificación en la que habría incurrido el arte occidental y por supuesto Nabokov , de otra parte los hechos aberrantes y la desoladora verdad expuesta por Frida Kahlo en su cuadro turbador “Algunos piquetitos”.

Como la ideología moral y el imaginario estético están unidos y las obras de arte son hijas del espíritu del tiempo, basta mirar ambos cuadros, que seguramente esta red social no me dejará exhibir, pero que enlazo en mi blog, para que cada cual decida qué modelo de educación para el espíritu preferimos.

La obra de Kahlo es buena, pero nadie podría comer o dormir ante ella, esos dos actos viles y burgueses, porque precisamente eso es lo que pretende, y esta es una de las falacias del artículo, reducir la función moral del arte a la cualidad provocadora, obviando los principios de armonía y belleza, que son los de Nabokov, tan denostables.

Condenemos a la flor.

Uno de los errores no menores de este modelo de pensamiento rampante es que como se funda en el concepto de género, se subroga la concesión del título habilitante para la transgresión, y en una pirueta que no es nueva aplica una la ley del embudo basada en una sola cualidad, que es la carne. Es decir, los pingajos que nos cuelguen o que vayamos a decidir que nos cuelguen, nos cuelguen o no. Pingajos estos, perdón, principios estos muy alejados de toda humanidad. En esto no dejan de parecerse a aquellos orondos cardenales del Renacimiento que manejaban una biblioteca privada y pinturas suntuarias y sensuales para consumo propio. La inquisición siempre está por encima del bien y del mal que para eso decide, con la ayuda de los directores espirituales, qué puede leer la plebe.

Libros como “Lolita” nos permiten estar alerta ante la banalización del mal, el gran concepto que nos legó la filósofa Hanna Arendt, quien con más lucidez que nadie -y con legítima condición de víctima- analizó el movimiento intelectual de las barbaries nazis como un proceso que no nace de una maldad intrínseca sino de esa suspensión del juicio por la que el ser humano no se para a discernir el fin de sus actos, simplemente obedece el mandato de su tiempo o de sus jefes.

Si todos somos criminales, como ahora se dice, dejaremos de ver al criminal que es justamente lo que el criminal necesita para perpetrar su crimen.

Lean “Lolita” y eviten incurrir en la autocensura o en la corrección política porque los que dictan los cánones de estos nuevos principios, no se los aplican a sí mismos, ya sea porque están más alla del bien y del mal, o, más probablemente, porque a su pesar, son humanos, demasiado humanos, por decirlo en las palabras del bigotudo  Nietzsche, ese misógino.

¿Sobre quién caerá el próximo anatema?

No lo sé con certeza, pero me consta que ahora han venido a por Nabokov, pero, claro, ¡ay!, yo no soy Nabokov.

Tizian 094.jpg
"La violación de Lucrecia", Tiziano

"Algunos Piquetitos", Frida Kahlo

2 comentarios:

Angelus dijo...

Del talento poético, ya nos has dado muestras más que suficientes, pero esta entrada evidencia una agudeza y una expresión reflexivas poco comunes. ¡Enhorabuena!

José María JURADO dijo...

Muchísimas gracias por tus palabras.

 
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